Jorge
Luis Borges
Nació
en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899 y murió en Ginebra el 14 de junio de
1986.
Los
tangueros no quieren a Borges. No considero tangueros a los tangófilos, que se
sienten dartañanes, y lo mismo arremeten contra Piazzolla y contra las
grabadoras; ni a los historiadores. ni a los exégetas. ni a los tanguistas (que
son quienes hacen los tangos).
Tanguero
es el que gusta de escuchar tangos sin mayores prejuicios, quien los siente y
los disfruta, quien les debe cierto cosquilleo en las articulaciones y repite
sus versos como si fueran sentencias de La Rochefoucauld o del Viejo Vizcacha.
Los tangos preferidos por el tanguero son aquellos escuchados en los mejores
momentos de su vida, cuando era joven, los bailaba y a su compás se tiraba los
primeros lances. La fracción más numerosa es la de quienes eran jóvenes por los
años cuarenta. De ahí en más, ya casi no hay tangueros: hay Piazzolla nos o
indiferentes.
Cada
porteño tiene un tango a su medida, fabricado con sus propias emociones. Pero
la medida de Borges parece serle exclusiva, nadie confiesa compartirla ... Una
tarde cualquiera, hace muchos años, se detuvo en una esquina de Palermo uno de
los doscientos y tantos organitos que surcaban la ciudad moliendo primeramente
habaneras (cfr. Leopoldo Lugones) y, luego, tangos (cfr. González Castillo).
Pudo haber sido en 1921. En marzo de ese año, los Borges habían regresado de
Europa. Digamos que fue por octubre o noviembre. Borges marchaba solo por la
calle Honduras, inventando los versos de Fervor de Buenos Aires y memorizando
lo que inventaba. De pronto aparece el organito y, a su conjuro, cuatro
muchachos forman dos parejas y se ponen a bailar. La tarde está cayendo. No hay
brumas violetas sobre el cielo gris, porque el que anda paseando no es Lugones,
sino Borges.
El
ocaso se ha teñido de un amarillo brillante, como el de un huevo frito. La
silueta de los bailarines desde el medio de la calzada recorta sobre el
horizonte lejano. que deja ver un retazo allá, donde el callejón se pierde. Piruetean
sin tasa. Disfrutan a sus ansias y el pudor que pone luz en medio de la pareja
facilita el enérgico juego de las piernas.
En
ese tango. Borges reencontró a Buenos Aires que se le ofrecía bajo las especies
de una coreografía endiablada. Los compadritos llevaban un bultito en la sisa.
Eran breves fiyingos que Borges exaltó a cuchillos, y supuso a sus portadores
capaces de usarlos. Ser capaz, en el lenguaje de los compadritos, no sólo es
poder. sino hacer lo que se puede cuando se debe hacerlo. De esa laya es la
capacidad. Tal vez aquellos bailarines no fueran capaces de empuñar el arma, ni
de clavarla tras un salto a lo gato, sino apenas arteramente por la espalda.
Pero Borges idealizó aquel instante mágico. Y para él, el tango fue una
diablura instalada en una mitología de puñales. Con el recuerdo puesto en aquel
ocaso casi culinario, Borges escribió muy bellas letras para milongas, que los
intérpretes no rechazan, sino que se jactan de repetir: Alto lo veo, y cabal.
con el alma comedida.
Pero
los tangueros no lo quieren. Y tal vez no lo quieran, principalmente. porque se
metió con Gardel. Y con Gardel no se jode. Gardel es nuestro punto de
referencia, la imagen de lo que nos gustaría ser. Reírse de Gardel es como si
se rieran de uno. Y Borges. que veía al tango como a un guapo incapaz de una
lágrima o de una ternura. sostenía que la letra lo había hecho sensiblero; ese
Contursi, ese Celedonio que nunca habían manejado una faca. ese Gardel que
llevaba una lágrima en la garganta. Complaciente. dijo luego que las letras
forman una vasta e inconexa Comedia Humana de Buenos Aires... Sin embargo, él
renegaba de esa comedia humana mechada de gringos parlanchines. sólo reconocía
al tango mudo que había visto bailar aquella tarde de 1921.
No
lo quieren a Borges porque se quedó en la segunda década. Y porque teorizó
sobre el tango con una agudeza en la cual el tanguero veía, ve, algo así como
un propósito de arrebatárselo.
Yo
lo quiero. Creo que Borges es un benemérito del tango, porque lo paseó de
bracete por la alta literatura y porque, a los que solamente lo sentíamos, nos
enseñó a penarlo.