Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi

Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi
Tango, Radio y más Historias, blog distinguido por su aporte a la difusión del Tango, sus autores e intérpretes.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Oscar Alonso- Biografia - 21 de diciembre de 2012




Oscar Alonso
Pedro Carlos Brandan -desde el comienzo de los años 30, Oscar Alonso- nació en Ameghino (cerca de San Antonio de Areco, en la provincia de Buenos Aires) el 12 de octubre de 1912, y murió en Buenos Aires el 16 de enero de 1980. Era menor que Príncipe Azul (1901), Carlos Dante (1905) y Héctor Palacios (1909), e igualaba la edad de Hugo del Carril. Cualquiera de los cinco pudo haber heredado el idolato de Gardel. Si éste hubiera sido sólo un cantor, el heredero habría sido Alonso. Pero Gardel era tantas cosas...
El padre de Alonso se desempeñaba como capataz en la estancia de los Güiraldes. El muchacho, cuando llegó al tango, ya sabía de cantares campesinos con saber de primera mano, no como Gardel-Razzano, que los conocían por mediación de los centros tradicionalistas, de Saúl Salinas y de Panchito Martino. Se instaló en la ciudad cuando en ella el plato fuerte era el tango y lo demás, entremeses. Como cantor de tangos se presentó en la radio Voz del Aire, para hacerse conocer, no más, cuando no tenía mucho más de 16 años. Anselmo Aieta tocaba en el Nacional y lo llevó con él en 1931. Debió de haber estado allí bastante tiempo, porque quiere la tradición que Gardel -a la sazón estrella de un espectáculo efímero presentado en el teatro situado pared de por medio, De Gabino a Gardel- lo oyera cantar en ese famoso reducto, lo invitara a verlo en su camarín y allí le entregara las llaves del reino: Yo me voy y el tango queda tu garganta de oro. Cuídala, pibe, y no te engrupas. Aquella garganta de oro emitía una poderosa voz de barítono, tal vez excesiva para el tango, pero, en todo caso, más valía que sobrara.
La carrera profesional de Alonso no fue nada original: radio, teatro, un poquitín de cine junto a dos colegas, Domingo Conté y Francisco Amor (Pampa y cielo, del director Raúl Gurruchaga, 1938), salas de grabación, giras por la ruta conocida, de Montevideo a Cuba, y, en las postrimerías, un poco de televisión. En todas partes cosechó respeto, admiración, aplausos y centenares de « ¡Bravo!»; fanatismo, nunca. Cantó mucho para la radio, pero no grabó demasiado. Ochenta composiciones, más o menos, apenas como Príncipe Azul en una performance mucho más breve. Es claro que entre esas grabaciones hay cinco con arreglo y acompañamiento de Héctor Artola, que son prez de la discografía tanguera (1950,1952).
Hablar de Oscar Alonso sin señalar la injusticia de su destino no parece posible. Sus condiciones de cantante debieron haber ganado un reconocimiento más vasto y sostenido. Sin duda, la época en que se desarrolló su carrera no era demasiado propicia. Fue la movida de los grandes tenores mexicanos que le arrebataron mercado al tango. Ciertamente, la competencia del bolero no fue muy prolongada ni tampoco salvaje: pronto el tango aprendió a convivir con esas ternuras como dos o tres lustros antes había aprendido a hacerlo con el jazz.
Ocurre, empero, que el tango no se tomó desquite en el territorio del cantor, sino en el del baile. Juan D'Arienzo arrastró multitudes como si hubiese sido un caudillo e implantó la guardia del cuarenta, y ésta no fue una guardia de cantores, sino de chansonnier. Príncipe Azul había muerto prematuramente en setiembre de 1935. Hugo del Carril se convirtió en estrella cinematográfica. Carlos Dante derivó rápidamente a estribillista (de D'Arienzo, de Rafael Canaro, finalmente de Alfredo De Angelis). Héctor Palacios y Oscar Ugarte -dos óptimos intérpretes- desaparecieron de la escena porque ya no había lugar para los cantores nacionales. Quienes brillaron finalmente como tales, Alberto Castillo, Alberto Marino, Edmundo Rivero, hicieron la carrera de estribillistas (si bien, para entonces, los estribillistas cantaban más que el estribillo). Y los demás siguieron adheridos a las orquestas como la hiedra al muro.
El destino de Alonso, en el que tal vez haya pesado también el descuido de su propia persona y la militancia política, no habría podido ser otro, de todos modos. Duele más, por supuesto, porque sus aptitudes eran excepcionales.

Fuente: Mujeres y Hombres que Hicieron al Tango. Por José Gobello