Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi

Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi
Tango, Radio y más Historias, blog distinguido por su aporte a la difusión del Tango, sus autores e intérpretes.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Juan Carlos Cobian - Biografia - 1 de septiembre de 2012



Juan Carlos Cobián
Nació en Pigüé (provincia de Buenos   Aires)   el   31    de mayo de 1896 y falleció en Buenos Aires el  10 de diciembre de 1953.
En 1913, la empresa del Armenoville decidió contratar al quinteto del bandoneonista Genaro Espósito, que tocaba en el bar Iglesias de la calle Corrientes; pero finalmente no contrató al quinteto, sino a su pianista, Roberto Firpo. El Tano Genaro lo reemplazó por un adolescente de 17 años que estaba tocando en el cine Las Familias, de la calle Santa Fe: Juan Carlos Cobián. Éste había hecho su conservatorio en Bahía Blanca, donde tuvo por maestro a un chiquilín casi genial, Numa Rossotti. Rossotti había estudiado con el maestro Williams y, apenas cumplidos los 18 años, el maestro lo envió a dirigir el conservatorio que había abierto en Bahía Blanca. Esto ocurrió en 1907; tal vez en 1909 o 1910 tuvo por alumno a Cobián, quien aprendió teoría, solfeo, composición, armonía, quizá contrapunto y, desde luego, piano. A Rossotti dedicó Cobián su tango A pan y agua, "porque él le había enseñado a escribir". Aunque más no fuera por haber sido maestro de Cobián, merecería Rossotti algún recuerdo en la historia del tango.
Cobián comenzó a componer siendo muy joven. Cuando Contursi le puso letra a El motivo -convirtiéndolo en Pobre paica-, hacia 1920, Cobián ya tenía 23 años, pero había editado anteriormente El orejano, El gaucho, Mosca muerta. Dice Cadícamo que cuando los ejemplares de esos tangos y los de Salomé, Sea breve y Carne y uña llegaron a los atriles de los sextetos típicos, sus músicos levantaron una tempestad de protestas, pero no justamente porque se tratara de ejemplares falsificados, sino por la incomprensión de sus ejecutantes al hallarse de pronto frente a aquellas partes de piano escritas audazmente con la más avanzada ortodoxia. Tal vez haya sido Cobián el primero en componer tangos. Otros músicos los creaban en raptos de inspiración, o por mero oficio del oído, muchas veces bellísimos, como los de Arólas, los de Bardi, los de Delfino, los de Firpo, pero carecientes de la técnica de la composición en la medida en que la poseía el autor de Shusheta.
Cobián empleó un lenguaje musical más elevado que el que hasta entonces era habitual en el tango; un lenguaje en el que nada quedaba del canyengue y en el que se asomaban rachas melódicas transoceánicas. Fue, en su momento, con Delfino, Geroni Flores, Fresedo y, enseguida, uno y otro De Caro, un vanguardista -el primero de todos-, cuando la palabra vanguardia se usaba en las crónicas de la guerra, pero no en las del tango. Quizá no haya avanzado demasiado en el camino de la renovación porque le interesaba componer lo que sentía y no aquello que parecía destinado a impresionar a la burguesía. Pero la incomprensión de quienes mejor debieron haberlo comprendido nunca lo hizo volver atrás.
Si algo pudo impedirle alcanzar horizontes más vastos fueron sus hábitos de vivir bien, su concepto un tanto aventurero de la vida. En la década de 1930 obtuvo, de todos modos, éxitos resonantes cuyos ecos aún perduran (Nostalgias, Niebla del Riachuelo). Enseguida, en los bailes del carnaval de 1937 realizados en el Politeama, sobrevino el ocaso. Tenía entonces 41 años y hacía un cuarto de siglo que venía enriqueciendo al tango. Por el camino que contribuyó a abrir transitaron los De Caro y los músicos del Cuarenta. Mejor para él si no alcanzó la época en que el ruido desplazaría a la música.

Fuente: Hombres y mujeres que Hicieron al Tango. Por José Gobello

Tita Merello- Biografia - 1 de setiembre de 2012


Tita Merello
Ana Laura Merello nació en Buenos Aires, en el barrio de San Telmo, el 11 de octubre de 1904. Cuando tenía sólo 45 años y llenaba con Filomena Marturano las salas de cuatro teatros (uno por vez, es claro), decía: No oculto mi edad ni la disimulo. Nunca modificó esa conducta ni perdió tampoco la costumbre de decir lo que pensaba y lo que sentía. No ha cambiado.
Su infancia no hacía presumir su destino. Nunca se sentó en el aula de una escuela y en 1917, cuando se presentó en el teatro "Avenida", aún no sabía escribir. Luego estuvo en el "Porteño" y fue, en el "Ópera", una pintarrajeada bataclana en el famoso conjunto de madame Rasimi. Debutó como cancionista en el "Bataclán", un teatro sicalíptico del Bajo. En 1924, ya estaba en el "Maipo", en la compañía de Roberto Cayol. Allí cantó El barrio de las latas. "Cuando lo estrené, dijeron de mí que era Linda Thelma que resurgía, recordaba en un intervalo de Filomena Marturano". Tampoco había olvidado otros tangos que lanzó a la fama: Queja indiana, Qué vachaché, Leguisamo solo, Padrino pelao.
Explicaba que había elegido el tango cómico, porque era más difícil hacer reír que hacer llorar; pero lo cierto es que su público no la miraba ni la admiraba como una cancionista cómica, sino arrabalera. Siempre fue dramático el temperamento de Tita, siempre supo hacer reír y llorar al mismo tiempo. Desde este punto de vista habría que afirmar que cualquier cosa que cantara o representara la derivaba al grotesco. Fue, sin duda, nuestra Ana Magnani, pero no una Ana Magnani en miniatura, sino entera y cabal: pequeño era su mercado comparado con el de la otra; no su talento ni su carisma.
Cuando hizo La mala ley, la prensa dijo que Luis Arata no podía haber elegido mejor compañera; muchos años más tarde, el cine volvería a reunirlos en La morocha (1955). En 1934 declaraba a
Héctor Bates: Voy a ser la gran actriz de Buenos Aires. No sé cuándo, no interesa; pero lo seré y no crea que esto sea una insolencia ni una pretensión. No sé si esto será cuando tenga 45 años, pero de que lo seré, estay convencida. ¿Qué vidente le había revelado, en 1934, que justamente a los 45 años, en 1949, se convertiría en la actriz que soñaba ser y repetiría 500 veces Filomena Marturano?
La cancionista (o diseuse, si les gusta más) fue casi desplazada por la actriz. El cine le permitió desplegar todos sus recursos. Alguna vez, las dos mayores salas de Buenos Aires anunciaban simultáneamente, con grandes luminarias, sendas películas suyas: el "Ópera", Los isleros (20 de marzo de 1950) y el "Gran Rex", Vivir un instante (3 de mayo de 1950). Para entonces, no habían pasado quince años de su memorable interpretación de Santa María del Buen Aire, la pieza de Enrique Larreta, que llevó a Montevideo y que en Buenos Aires había estrenado otra dama, diecinueve años mayor que ella, iniciada también cantando sobre los tabladillos: doña Lola Membrives.
Pero no todo fue miel sobre hojuelas. En 1955 la discriminaron y la prohibieron. Terminaba la prohibición de su amiga Libertad Lamarque y comenzaba la de ella. No fue a la cárcel, como Hugo del Carril; pudo viajar a México a ganar su pan (y nuevos laureles, vive Dios) hasta que amainara el temporal. Ya estaba curtida por otro gran dolor, mucho más hondo. Luis Sandrini, el gran amor de su vida desde la filmación de Tango, en 1933, prefirió un día, como en el bellísimo soneto de Alfonsina, El beso joven de una boca jugosa y la dejó en soledad. Pero la función debía continuar.

El escenario, el cine, la radio y la televisión fueron entonces como enormes ventanas abiertas al cariño de un público virtual de 30 millones de habitantes, que la adora y que, como las mesas del Cafetín de Buenos Aires, tiene la enorme sabiduría de no saber preguntar nada. Tal vez el amor de un pueblo no pueda reemplazar al de un hombre, tal vez ser amado por uno sea mejor que amado por todos. Pero con barro de frustraciones y fuego de triunfos, fue modelada esta mujer admirable, este ídolo que vaya a saber de qué están hechos sus pies, porque todo el oro lo reservó para su corazón.