Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi

Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi
Tango, Radio y más Historias, blog distinguido por su aporte a la difusión del Tango, sus autores e intérpretes.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Francisco Brancatti - Biografía - 30 de diciembre de 2013


                                                 Francisco Brancatti
Se inició en Montevideo el 2 de julio de 1890 y murió en Estanislao  Zeballos (provincia de Buenos Aires) el 4 de julio de 1980. Gardel, Corsini, Magaldi y Rosita Quiroga difundieron sus canciones. La versión de Mandria que dejó Rosita es para la más ceñida antología del tango canción.
Se contó entre los hijos de inmigrantes que cultivaron esa prolongación de la poesía gauchesca que fie el tradicionalismo. Poeta de inspiración no indolente, tenía también voz grata y afinada, y este don lo impulsó a formar uno de los tantos dúos criollos que estaban de moda a comienzos de siglo XX y pululaban cuando no se hablaba de folklore sino de criollismo. Lo hizo con León Lara, uruguayo también, pero de Florida. Como los bululúes, eran trashumantes y se desempeñaban con invariable aplomo en los escenarios teatrales y en las tenidas de pulpería. Así anduvieron, como tantos, por el interior argentino, y se arriesgaron luego a Río de Janeiro, a Madrid, a Lisboa. Almas criollas, errantes, viajeras, querer detenerlas era una quimera. Mas, como todo se acaba en esta vida, después de ocho años, Brancatti sintió colmadas sus ansias constantes de cielo lejano y se despidió amistosamente de su compañero León Lara, quien se fue a formar dúo con otro de los grandes, Néstor Feria. El montevideano se puso a escribir canciones, y como el tango ya era canción, también escribía tangos. Camperos, por supuesto.
El tango campero o agauchado es una subespecie que Horacio Salgan a canonizado con la bellísima evocación titulada Aquellos tangos camperos, florecida bajo sus dedos mágicos y reflorecida maravillosamente bajo los muy sabios de Daniel Baremboin. El campo estaba demasiado cerca del centro y el tango, por muy centrero que fuese, no podía ignorarlo. ¿Centrero o arrabalero? Caray... El arrabal estaba en cualquier conventillo del centro. Ya en 1912 grabó Maglio unos aires criollos, potpourrizados por Domingo Santa Cruz, y los Recuerdos de la pampa, de Bevilacqua. En el abecé de la historia del Tango están los nombres de Agustín Bardi (El baquiano, El buey solo, El cuatrero, Se han sentado las carretas, Pico blanco, El abrojo) y de Carlos Posadas (El jagüel El biguá, El guanaco, Iguala y larga). Uno y otro pueden ser epígonos de lo que León Benarós ha llamado la más pura esencia criolla. Que esa esencia se transmitiera a través de Posadas, noble producto del mestizaje que distinguió, ennobleciéndola, a la colonización española, puede entenderse; menos fácil de comprender es que el criollismo pudiera expresarse mediante argentinos de primera generación, o a lo sumo de segunda, como Bardi. Pero así fue la cosa; allí está la prueba, y lo que debe buscarse no es la comprobación, sino la explicación.
El primer tango canción -más que tango, cuplé; pero de todos modos tango, La Morocha- es campero, aunque de un campito próximo al puerto. Luego irrumpen los gauchos que lloran sus penas de amor traicionado, oriundos todos ellos de La hueya, el famoso poema de El Viejo Pancho. No creo que Alberto Arenas, que mezclaba trenzas y corazón en su pobre maleta de gaucho nómade, ni, en general, los personajes de los hermanos Navarrine, organizadores de la troupe Los de la Raza, atesoraran aquella más pura esencia. Más próxima a ella están los tangos de Brancatti, de los cuales Gardel grabó cinco, incluido Contramarca, una linda página, con música de Rafael Rossi, que gustó a Julio Sosa y consiguió su voz. Hay buenos motivos, asimismo, para recordar Amigazo, con música de Juan de Dios Filiberto, también grabado por El Mago. En esta composición, como en Mandria, contó Brancatti con la colaboración de Juan Miguel Velich, hombre de largos andares radiofónicos.
El tango canción ha sido -por lo menos en la garganta de los cantores nacionales- una prolongación del canto criollo. Tiene al menos eso de genuino el tango campero. Literariamente nunca alcanzó la fuerza del tango arrabalero (Viejo rincón, Sobre el pucho), ni la belleza del tango urbano (Sur, La última curda). Sus mejores páginas, realmente muy bellas, pertenecen a un estado intermedio entre el tango campero y el tango urbano, un escenario de ardua localización geográfica, por donde Manzi (Tapera, Milonga triste) y Homero Expósito (Trenzas, Yuyo verde) se desplazan cómodamente. Allí no llegó la cabalgadura de Brancatti. Pero eso no quita representatividad al autor de Echando mala...


domingo, 22 de diciembre de 2013

Edmundo Rivero - Biografía - 20 de diciembre de 2013

EDMUNDO RIVERO

Leonel Edmundo Rivero nació en el límite sureño de Buenos Aires 8 de junio de 1911 y murió en la misma ciudad el 18 de enero de 1986. Procedía de un claro linaje de guitarristas populares. Debutó, cantando en dúo, al son de su propia viola, con su hermana menor, Lidia Eva, cuando ésta tan sólo tenía cinco años.
Leonel apareció como cantor en la orquesta de Aníbal Troilo el 3 de enero de 1947. Era un mozo de 36 años. Reemplazaba a Alberto Marino, que era de 1920, y alternaría con Floreal Ruiz, que era más joven aún, pues había nacido en 1926. Cuando fue convocado por Pichuco, Rivero llevaba ya cumplida una notable performance. Inclusive había cantado en algunos filmes: Pampa y Cielo (1938), El último encuentro (1938), El inglés de los güesos (1940), Fortín. Alto (1941). De todos modos y pese a su excelente actuación en la orquesta de Horacio Salgan, se lo tenía más bien como a un guitarrero. "Tanto la avanzada concepción musical como esa inesperada voz de bajo -ha historiado Horacio Ferrer- resultaron escolios de muy difícil superación y aquella refinada combinación de canto y orquesta no alcanzó los estudios de grabación" (en 1956 se tomarían desquite en Montevideo grabando juntos La última curda y La casita de mis viejos). Sin embargo, antes de grabar su primer tango con Troilo (Yira... Yira..., 29 de setiembre de 1947), tenía en su haber otros siete registrados con Los Cantores del Valle (primer semestre de 1946). Aquel era un conjunto puramente comercial, destinado al mercado centroamericano: si Rivero no hubiese puesto allí su voz, inclusive en dúo con Carlos Bermúdez, nadie recordaría aquel disco.
No sin cierta cuota de audacia Troilo contrató a un cantor ya hecho. Pichuco modelaba cantores, pero éste ya le venía modelado. Entre el Tibidabo y los estudios de grabación, Troilo y Rivero constituyeron una sólida amistad. Fueron tres años intensos que, en términos discográficos, concluyeron el 26 de octubre de 1949 con Tú, de José María Contursi y José Dames. En el camino plantaron Tapera (Manzi y Hugo Gutiérrez, octubre de 1947), Sur (Manzi y Troilo, febrero de 1948), Cafetín de Buenos Aires (Discépolo y Mores, abril de 1948), La viajera perdida (Blomberg y Maciel, octubre de 1949). "Registró con Troilo 22 versiones, algunas en dúo con Floreal Ruiz, otras con Aldo Calderón", contabilizó Ferrer.
Sus éxitos con Troilo lo impulsaron a iniciar, ya madurito, su carrera de solista. Impuso gallardamente en el tango el registro de bajo, del que no se recuerdan antecedentes; revalorizó el lunfardo y tanto se acreditó como lunfardista que fue elegido académico de número de la Academia Porteña del Lunfardo; derramó sabiduría en dos libros, Una luz de almacén (1982) y Las noches, Gardel y el canto (1985); llevó su voz al Japón, a España y a Nueva York; grabó con Piazzolla las milongas de Borges; volvió a los sets cinematográficos con Pelota de cuero (1948) y Al compás de tu mentira (1950); cantó para reyes y para intelectuales; recibió de la Academia Porteña del Lunfardo la Medalla de Plata, el Farolito de Oro y finalmente el Diploma Académico; compuso algunos clásicos de la poesía lunfardesca y los cantó admirablemente contribuyendo a su difusión; convirtió a El Viejo Almacén, entre cuyos fundadores se contó en 1969, en el más empinado referente tanguero de la porteñidad y en medio de tanto trajín volvió a unir su voz con el bandoneón de Troilo para dejar un clásico inefable, La última curda (Cátulo y Troilo, 8 de agosto de 1956).
Presenté su libro, fui su par en la Academia Porteña del Lunfardo, despedí sus restos. Lo recuerdo como un caballero muy cortés, lleno de curiosidades intelectuales (un serio estudioso con actitud de estudiante), conversador atrapante, un señor cuya condición espiritual estaba hecha de afabilidad y de respeto. Mi memoria excluye pertinazmente La toalla mojada.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Gabino Coria Peñaloza - Biografía - 12 de diciembre de 2013

                                                Gabino Coria Peñaloza
Según su libreta de enrolamiento, Gabino Coria Peñaloza nació el 19 de diciembre de 1879 en el pueblo Acequias, provincia de Mendoza. La partida de defunción lo da por nacido en Tres Acequias, en la misma provincia. Su muerte se produjo en Chilecito (La Rioja), el 31 de octubre de 1975, poco antes de cumplir los 96 años. Jorge Conté realizó, en 1976, una prolija investigación sobre el nacimiento de este poeta y la comunicó a la Academia Porteña del Lunfardo, en cuyo archivo se conserva.
Gabino pasó su niñez en Villa Mercedes (San Luis), y de joven se radicó en Buenos Aires, donde vivió la bohemia literaria. Publicó sus versos en las revistas populares -Caras y Caretas, entre ellas-. Estuvo también con Julio Díaz Usandivaras en la aparición de la famosa revista Nativa (1923). Su vinculación con el autor de Quejas de bandoneón (1920) data de cuando Juan de Dios Filiberti comenzaba a firmarse Filiberto. Su primera colaboración, El pañuelito, es de 1921. Un crítico entonces famoso, Gastón O. Talamón, escribiría más tarde que aquella composición y las que siguieron sobre la misma línea -La cartita (1921), El ramito (1923), Caminito (1926)- son "canciones porteñas que pueden llegar a figurar al lado de las vidalas, las tonadas, los estilos, los tristes y las milongas". Filiberto las denominó tangos y como tales han quedado unánimemente consensuadas.
Caminito obtuvo entre abucheos, como el Hernani de Víctor Hugo, como el Bolero de Ravel- el primer premio en un concurso organizado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en el año 1926. Fue para carnaval y destinado a canciones nativas. Pese a los disconformes, Ignacio Corsini cantó esta pieza, con éxito atronador, el 5 de mayo de 1927, en el estreno del sainete Facha Tosta, de Alberto Novión. Antes lo habían llevado al fonógrafo Carlos Gardel y la orquesta de Francisco Canaro, éste en dos versiones sin canto. De ahí en más, la difusión de Caminito fue universal, y en 1959, siendo intendente municipal el señor Hernán Giralt, se impuso el nombre Caminito a una calleja de La Boca ("cien metros curvos desde Garibaldi y Lamadrid hasta Pedro de Mendoza"). Se respondía de ese modo a un reclamo popular que venía manifestándose por lo menos desde un lustro atrás. Pero el poeta se disgustó porque decía que sus versos estaban inspirados en un caminito del pueblo riojano de Olta. No muchos años antes de su muerte, mediante una iniciativa de Cátulo Castillo, se impuso el nombre Caminito a una calle de Chilecito. ¿Y el verdadero caminito de Olta, cubierto de trébol y juncos en flor? ¡Caramba! El tiempo lo había borrado antes de 1920. El mayor triunfo letrístico, si no económico, de Coria fue, sin embargo, el bello tango Margaritas, con música de Juan Carlos Moreno González, que obtuvo el premio de honor del concurso Max Glücksmann en 1929.

En 1926,  cuando Caminito comenzó a vencer al tiempo, ocurrieron otras cosas memorables para el tango. De ese año es la primera edición de Cosas de Negros, el libro del uruguayo Vicente Rossi. Allí se queja el autor de que la letra del tango ande vivaqueando en los alrededores de los conventillos y sollozando en los cabarets. A eso llama Talamón, el mismo año, encanallamiento arrabalero. Y en ese año se escribe y se estrena el último gran tango canalla, El Ciruja. Pero también ese año aparecen Discépolo, que no sólo canta peripecias del arrabal, sino que las juzga para absolverlas o condenarlas, y aparece Manzi, con Viejo ciego, que canta a la ciudad misma, a sus hombres, a sus mujeres y a los sueños de los hombres y de las mujeres, con acento nostálgico y querendón. Manzi representa el triunfo definitivo del esfuerzo que Coria Peñaloza y Filiberto discípulo  éste,  al fin,   de Alberto Williams y de Eduardo Fornarini hicieron por desencanallar al tango, llenándole los pulmones con los vientos purificadores que soplan desde el campo.

martes, 10 de diciembre de 2013

Alberto Bardi "La Voz del Suburbio" -10 de diciembre de 2013 -201-

Alberto Bardi, músico y cantor del Barrio de Boedo. Nos conocemos desde pibes y ya por aquellos años, nos deleitaba acompañándose con su piano y como siempre, cantando tangos.
En 1968 el sello Odeón lo contrató para grabar su primer disco, y este simple, lo publico hoy para que no quede en el olvido toda la obra de mi amigo cantor.
En el Café Tortoni, lo apodaron "La voz del suburbio", porque es un cantor salido del arrabal, solista y con guitarras. 







Temas registrados en el disco simple Odeon DTOA/E 2271.

Malevaje - Enrique Santos Discepolo y Juan de Dios Filiberto
Una lágrima - Eugenio Cardenas y Nicolás Verona
Riojana mía - Vals - Nicolás Verona 
Piedad - Luis de Biasse y Carlos Percuocco

ONE- DESCARGA ALBERTO BARDI

lunes, 9 de diciembre de 2013

Elvino Vardaro - Biografia - 9 de diciembre de 2013

Elvino Vardaro (Parado izquierda) y su Orquesta

               ELVINO VARDARO
Elvino Vardaro nació en Buenos Aires, en el barrio de Almagro, el 18 de julio de 1905 y murió en Córdoba el 6 de agosto de 1971. Es el referente obligado cuando se habla del violín en el tango. Coincidiendo con Luis Adolfo Sierra, para quien el violín es posiblemente el más antiguo de todos los instrumentos del tango, he escrito alguna vez que el tango nació en un violín; que fueron los músicos negros, violinistas casi todos -a quienes personifiqué en Casimiro-, los que convirtieron en música -ritmo, melodía, armonía y timbre- los firuletes que la alpargata bordada y, si cuadraba, el taquito militar, alardeaban sobre el piso de las academias.
Vardaro no fue un intuitivo ni un orejero. De chiquilín cursó en los conservatorios y sin ser demasiado grande -15 años o poco más- recibió su bautismo de fuego en la orquesta de Juan Maglio, y su confirmación en la de Paquita Bernardo y en la de Roberto Firpo. De ahí en más, florecieron sus acordes en diversas orquestas, inclusive en la primera de Pedro Maffia (1928) y la que enseguida codirigió con Osvaldo Pugliese. En 1933 formó su propio sexteto, que sobrevivió durante tres años en medio de la indiferencia de los comerciantes de la música. Lo componían, al segundo violín, Hugo Baralis; al piano, José Pascual -el famoso autor de Arrabal-; a los bandoneones, el joven Aníbal Troilo y Jorge Argentino Fernández, y al bajo, Pedro Caracciolo. De aquella agrupación ya mítica quedan sólo recuerdos y suposiciones. Demasiado avanzada para su tiempo, no alcanzó a dejar documentos fonográficos, salvo alguno, perdido en la marea de los años que bien podría enriquecer y envanecer a coleccionistas afortunados. Los seis eran muchachos geniales; lo que hicieron más tarde demostró que también eran tangueros.
Hace unos años se editó un LD con 14 interpretaciones de orquestas que incluían el violín de Vardaro. Nombrémoslas: Luis Petrucelli, Trío Víctor, Juan Guido, Juan Carlos Cobián, Los Provincianos, Adolfo Carabelli, Carlos Marcucci, Típica Víctor y Osvaldo Fresedo. Tal vez la tecnología logre algún día aislar el sonido del violín de Vardaro en la masa sonora de los conjuntos típicos. En tanto, no hay más remedio que agregar al placer de escucharlo, el encanto de descubrirlo. Quizá en aquel LD -debido a la pasión tanguera de Sierra, ese gigante a quien decían Luisito- falte la versión de La Cumparsita por la orquesta grande de Piazzolla (aquella a la que llamaban La Cumparsola), donde el violín de Vardaro canta en las alturas, inmediatamente por debajo o tal vez encima de los coros celestiales. Si Homero Expósito no lo toma a mal, diría que ese canto nos da la sensación de un arco de violín clavado en el medio del pecho.
Otras orquestas -sobre todo, la Típica Víctor- contaron a Vardaro en sus filas. Era el violinista más requerido, pero tal vez nunca haya podido hacer lo que en verdad amaba, un tango que fuera refinado y auténtico a la vez. Por los años sesenta se sumó a las huestes del Nuevo Tango y, siendo mucho mayor que Piazzolla, militó disciplinadamente a sus órdenes. Es maravilloso -dijo- cómo Astor nos capta y nos comprende a cada uno de nosotros en sus arreglos. También confesó: En cierta oportunidad pude ir a tocar con D' Arienzo, ganando cinco veces lo que en ese momento recibía. Pero no fui. D' Arienzo no es lo que yo quiero. Con D' Arienzo tocaba otro gran violinista del tango, que había sabido tener una orquesta nada desdeñable: Cayetano Puglisi. Llegado el momento crucial de su vida y de la vida del tango, Vardarito se fue a tocar como violín de fila a la Orquesta Sinfónica de Córdoba. Esa era la música que él había amado desde sus días de niño prodigio, cuando a los 14 años -10 de julio de 1919- dio un concierto en el salón La Argentina con obras de Beethoven y de Bach. Luego arribaron al tango artistas que lo superaban en técnica: Francini, Bajour, Agri... Pero como dijo otro gigante del violín tanguero, Reynaldo Nichele, el sonido de Vardaro tenía ese misterio que ninguna palabra podría explicar.