Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi

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Tango, Radio y más Historias, blog distinguido por su aporte a la difusión del Tango, sus autores e intérpretes.

viernes, 2 de agosto de 2013

Enrique Mario Francini - Biografía - 2 de agosto de 2013


                                                 Enrique Mario Francini
Nació en San Fernando (provincia de Buenos Aires) el 14 de febrero de 1916 y murió en Buenos Aires, el 27 de agosto de 1978, sobre el escenario del viejo Caño 14 (Talcahuano 975) cuando se disponía a bisar la versión de Nostalgias que ofrecía con Héctor Stamponi. En 1958 se había incorporado como primer violín en la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, donde permaneció durante veinte años. La música clásica y el tango no están reñidos -decía-. Saber contrapunto no significa ser un picapedrero del tango.
Sus postreros años de aprender los vivió en Campana, a donde lo había llevado un destino laboral de su padre. Allí tenía un pequeño conservatorio Juan Elhert, violinista alemán, casi incógnito benemérito del tango. Francini perfeccionó su dominio del violín y en tanto que con un ojo miraba a la música grande, con el otro apuntaba a los tangos que su amigo Héctor Stamponi hacía florecer como amapolas sobre el teclado del piano. El 30 de abril de 1933 Carlos Gardel cantó en Zarate y el 1 de mayo, en Campana. El día 2, o el 3, tomó el tren para Nueve de Julio. La mañana era fría y lo esperaban en el andén dos jovencitos que todavía no habían obtenido la libreta de enrolamiento: Francini y Stamponi. Le entregaron un tango para que lo cantase. Gardel los atendió con simpatía. Es posible que les haya dicho alguna palabra lunfarda, de las que solía emplear para disimular su ternura. Eso fue todo.
Con Stamponi se incorporó Francini en la orquesta de Elhert. Ya estaban Pontier y Cristóbal Herreros. Con ellos vino a Buenos Aires, donde Elhert y los chiquilines -veinte años tenían- actuaron en las famosas matinés de Juan Manuel. Luego, Francini, Stamponi y Pontier formaron un trío para acompañar a los artistas de radio Argentina. El paso próximo fue la orquesta de Miguel Caló, donde había estado Stamponi entre 1939 y 1941. Allí talló junto a Osmar Maderna, Pontier, Domingo Federico y Carlos Lazzari. De aquellos años fecundos son sus bellos tangos Mañana iré temprano y La vi llegar. Un día recaló en esa orquesta Rafael Fiorentino, cantor de mis pagos sanisidrenses. Como tal habíamos ido a escucharlo una noche, cuando nos reveló que lo había convocado Miguel Caló. Éste lo rebautizó Raúl Iriarte y fue Francini quien lo formó tal como ha pasado a la historia del tango, con su decir perfecto, su emisión limpia, su inteligibilidad total.
En 1945 Maderna se fue a formar su orquesta y Francini se unió con Pontier para integrar la que ilustraría diez de los más bellos años en los que se cifra y define la guardia del Cuarenta. La historia de una orquesta supone nombres de cabarets, estudios de radios, salas de grabación. Todo se borra con el tiempo, y sólo quedan los discos. De Francini-Pontier quedan unos sesenta, cada uno de dos caras, a partir de Margo (29-1-46), esa preciosura del segundo Hornero y Pontier, con la voz de Alberto Podestá.
Luego, agotada aquella guardia casi redentora, Francini -que seguía tocando en el Colón- tuvo su dúo con Stamponi, su orquesta, su sexteto, su actuación el Octeto Buenos Aires y en Los Astros del Tango (conjunto que fue como la contrapinta del octeto piazzollano), sus Violines de Oro y el Quinteto Real, donde junto a Salgan, Laurenz, De Lío y el contrabajista Rafael Ferro, logró esa síntesis de épocas y de escuelas que viene como a representar la eternidad del tango aislada en una burbuja del tiempo. Él, Francini, tiraba a concertista. ¿Cómo engarzarlo en el paraíso tanguero, con El Pibe Ernesto, Palavecino, el rengo Zambonini, Pepino Bonano, Peregrino Paulos, Canaro y su lata de aceite, De Caro y su instrumento autografiado por Fritz Kreisler, Vardaro, el tanguerísimo Baralis, Marcelli, el ubicuo Nichelle, Suárez Paz, Antonio Agri -que empuña el arco como una llave que abriera el territorio de lo sublime...

Francini, hombre llano, sin ínfulas, como de la familia, era un artista cabal. Lo escuchamos una noche, no sé dónde, y alguien me dijo: ¿Por qué no se toca un tango? Pensé en los gilunes que, en lugar de disfrutar los buenos tangos, se empeñan en buscar la tanguedad y parafraseé un verso de Barba Jacob: El tango es claro, undívago y abierto como el mar.