OSVALDO
TARANTINO
Osvaldo
Tarantino Irazusta nació el 6 de junio de 1928 y murió el 1O de setiembre de
1991.
Tomó algunas mamaderas al compás de los valses
de Chopin, puesto que su padre, José Tarantino, tenía un conservatorio musical
en Valentín Alsina. Por eso, tal vez, en 1979. podía declarar la influencia que
el sufrido amador de George Sand ejerció sobre su música: "Él me ofrece la
cuota de romanticismo que preciso par a componer y ejecutar".
En
1973, Astor Piazzolla rehízo su quinteto y Tarantino pasó a ocupar el puesto de
colegas que admiraba: Jaime Gosis y Osvaldo Manzi. Ese conjunto –además Agri,
Malvicino, Díaz- dejó grabadas composiciones de inspiración muy honda: Adiós,
Nonino, verano porteño, otoño porteño.
En
esta última, Tarantino ejecuta una prolongada improvisación que lo muestra
compenetrado hasta el mango con el espíritu Piazzollano. De su interpretación
de la melodía de Adiós Nonino (a juicio de Daniel Baremboin, una de las más
hermosas jamás escritas (por un compositor de tangos) dijo el mismo Piazzolla
que nadie la había hecho como Taranta. Esta hipérbole debe tomarse con
beneficio de inventario, porque Piazzolla era igualmente exagerado para la devaluación
como para la evaluación. Después de
Tarantino la ejecutaron otros pianistas, el mismo Baremboin , entre ellos.
Antes, en 1969, lo había h echo Dante Amicarelli, en una versión antológica. De
cualquier manera, la de Tarantino es también para la historia.
Como
pianista, Tarantino se sentía tributario de Art Tatum y de Eddie Duchin, y,
entre los de estas playas, de Orlando Goñi y Horacio Salgán. Se decía de sus interpretaciones que tenían
sabor a jazz. Él precisó: "Mi mano izquierda está desarrollada dentro de
los conceptos jazzísticos, mientras que con la derecha mantengo la esencia del
tango". Lo cierto es que le tiraba el jazz. pero no intentó nada parecido
al sincretismo de dos especies musicales casi contemporáneas, casi gemelas e
igualmente ansiosas de ascender a un universo sonoro más ambicioso que el de
los peringundines de La Boca o de New Orleans.
Como
a tantos otros bohemios admirados y queridos. le sobraba talento y le faltaba
continuidad. Dejó algunas obras valiosas -Del bajo fondo, en colaboración con
su padre; Ciudad triste, que le grabó Piazzolla, y una suite tanguera para
Cacho Tirao-. Hizo, no sin cierta resignación, la rutina tanguera, con
inclusión del Japón y de los Estados Unidos; acompañó a cantantes (Alberto
Marino, Jorge Sobral, Alba Solís). musicó versos de amigos o allegados. A la
vera de Piazzolla conoció un poco más de mundo y zapó, entre otras, en la
orquesta de Argentino Galván.
"Con
el indio aprendí una barbaridad, -le confesó a Horacio Ferrer, su colaborador
en La ciudad perdida (1977/1978)-. tocó en el Parque Japonés y en Hollywood.
Sus presentaciones postreras ocurrieron en el café Homero. Allí, según dijo un
cronista, entre café, cigarrillos y bebida, dictó cátedra de piano y de tango.
Antes había compuesto algunas piezas con un músico de avanzada, Saúl Cosentino,
y con su amigo Mario Valdéz. A éste le confesó: "Me gusta el tango- tango;
el tango de Manzi y de Demare, pero Demare y Manzi ya no están. Vamos a hacer
uno..." E hicieron Madera y cartón: ''Casitas de chapa, madera y cartón, y
un tango en La radio, vendiendo emoción. Ha de haber escrito su parte con la
mano derecha, que reservaba para el tango.