Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi

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Tango, Radio y más Historias, blog distinguido por su aporte a la difusión del Tango, sus autores e intérpretes.

viernes, 20 de abril de 2012

Anselmo Aieta - Biografía - 20 de abril de 2012

Anselmo Aieta
AIfredo Aieta nació en el barrio de  San Telmo el 5 de noviembre de 1896 y murió en la misma ciudad el 25 de setiembre de 1964. Fue el penúltimo de los once hijos de los inmigrantes calabreses Francisco Aieta y Rosa Cascardo. La joven académica Irene Amuchástegui lo ha recordado como un intuitivo que lo ignoraba todo acerca de la notación musical. No fue el primer orejero del tango. Tal vez, hasta que apareció Delfino casi todos lo eran, quien más, quien menos.
Chico pobre, obligado a trabajar desde la infancia porque en su casa había trece estómagos que reclamaban combustible, aprendió el complicado manejo del bandoneón gracias a la generosidad del Taño Genaro (Genaro Sposito), un fueyero, autor de La cubanita, que en 1920 se fue a Francia con Pizarro y allí hizo su carrera. El chico tenía un oído musical prodigioso. Pronto le crecieron las ambiciones y se puso a tocar en los cafés e, inclusive, a dirigir una orquesta. En 1912 (a los 16 años) desgranó su primer tango, La primera sin tocar (expresión ésta del juego del rango y mida). Contemporáneo fue El Huérfano, que trascendió más tarde, hacia los años veinte, cuando Francisco García Jiménez (por mediación del violinista Rafael Tuegols, que lo había tenido por colaborador en Zorro gris) le adosó los versos que dicen: "Un día te cruzaste mujer, mi camino, yo andaba por ía sombrío y al azar". Gardel grabó estos alejandrinos en 1923; poco antes, omitiéndolos, habían grabado El Huérfano las orquestas de Canaro, Firpo y Maglio.
Con aquel tango que aún se recuerda comenzó una tesonera y curiosa colaboración entre un músico intuitivo y un poeta que procuraba perfeccionar constantemente sus recursos literarios, picaba alto y se sintió muy feliz cuando por los años sesenta comenzó a publicar en el suplemento rotrograbado de La Prensa. Una nómina de las composiciones debidas a estos dos fecundos creadores exigiría demasiado espacio. Digamos que Gardel llevó diecisiete de ellas al fonógrafo, incluida Viva la Patria, compuesta para celebrar el derrocamiento del gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen. Festivas algunas, otras dramáticas, irónicas éstas, descriptivas aquellas, todas muestran en Aieta una creatividad inusual. Aieta, como Arólas, no llevaba la música desde la cabeza, donde bullía como un crisol incandescente, a las líneas del pentagrama; ella pasaba del corazón a la cabeza y de la cabeza al bandoneón, convocada muchas veces por los versos previos de García Jiménez, en cuya retórica no exenta de complicaciones ("en el naipe del vivir suelo acertar carta de la boca", "bajo los chuscos carteles pasan los fíeles del dios jocundo) se introducía con gran soltura el músico.

Tras su experiencia con Canaro -quien no lo recuerda en sus memorias-, Aieta se cortó solo y llegó a comandar tres orquestas a la vez, señoreando en los palcos más asediados por el público -incluido el de "El Nacional"-. Las dirigía desde su fueye, que pulsaba a la antigua y sonaba personalisimo. Sus composiciones fueron centenares y le rentaron para vivir a lo grande y cultivar el deporte de los príncipes, que eso dicen que es el turf. Aún se oyen sus clásicos, aún dan su cuota parte a sus herederos Siga el corso. Alma en pena, Palomita blanca. Suerte loca. En plena efervescencia de los músicos de conservatorio, este orejero impar estaba en los atriles de las grandes orquestas; Troilo le grabó diez piezas; Pugliese, cuatro; Fresedo, doce; Piazzolla, La chiflada, el 30 de junio de 1945, y Héctor Mauré se empinó, con su versión de Príncipe (tango estrenado, dicho sea de paso, por Marambio Catán casi a la altura de Gardel. Irene Amuchástegui ha dicho que Aieta escribió más de 300 obras destinadas a los más ilustres intérpretes y al silbido de los porteños más rasos. ¡Caray! ¿No habrá sido el silbido el primer sonido del tango?