JOSÉ
GONZALEZ CASTILLO
El
viejo Castillo nació en Rosario (Santa Fe) el 25 de enero y murió en Buenos
Aires el 22 de octubre de 1937.
Ha de haber sido el primer poeta que instaló
en los barrios de la ciudad los dramas pasionales cantados por el tango
(Pompeya, en Sobre el pucho, en 1922; Barracas, en Silbando, 1923).
El
11 de marzo de 1914 el vespertino Crítica anunciaba el regreso de José González
Castillo (de 29 años a la sazón), quien había pasado un largo tiempo en Chile.
Razones políticas le habían aconsejado cruzar la cordillera. De chico había
querido ser cura y como monaguillo se desempeñó en Orán (Salta). Luego se
sintió atraído por la escena y también por ideas adversas a la fe católica.
Corno era la moda, se hizo libertario. A los veinte años conoció la pobreza. Se
ganaba la vida corno peluquero, pero se dejó la barba y adoptó el seudónimo
Barbarroja. En 1905, algunos panaderos aficionados al teatro le estrenaron Los
rebeldes. En 1907 Pepe Podestá le representó Del fango y en 1908 Vittone, Mumo,
Ballerini y Lucrecia Borda, Entre bueyes no hay camadas, una deliciosa piecita
de cuatro personajes que hoy es un clásico de la literatura lunfardesca. El
mismo año estrenó otra belleza, El retrato del pibe; en 1909, Luigi, y La
telaraña en 1910. En 1911 pensó que estaría más tranquilo en Valparaíso y allá
se fue.
Cuando
regresó no era un desconocido. Entonces, en medio de una impresionante movida
sainetera, se dedicó a cultivar el teatro ideológico, llamado teatro de tesis. Aunque
sus diálogos perdieron frescura, arrastraba mucho público y se hizo famoso. Su
producción fue muy vasta: El mayor prejuicio, 1914; Los invertidos,1915; El
hijo de Agar, 1915; La mujer de Ulises, 1918; Gracia plena, 1919; La santa madre,
1920; La mala reputación, 1920; Hermana mía,1925.
No
abandonó, sin embargo, el sainete y en 1918 estrenó, en el teatro Buenos Aires,
aquel que anudaría su vinculación con el tango. Los dientes del perro, firmdo
por Alberto T. Weisbach, cuya puesta en escena dirigió Elías Alippi. Éste tuvo
la idea de presentar en escena un cabaret y contrató a la mejor orquesta del
momento, la de Roberto Firpo, para que tocara allí los tangos de moda (tal como
ocurría en los cabarets de verdad). Su amigo Carlos Gardel le sugirió entonces
que hiciera cantar un tango que él mismo había cantado y grabado ya. Mi noche
triste. Alippi aceptó la sugerencia y Manuela Poli cantó los versos de Contursi
con un éxito tan grande que en la segunda temporada hubo que reemplazarlo por
otro porque la plata de derechos a repartir era mucha y Contursi y Castriota
discutían sobre el reparto. Juan Pablo Echagüe escribió en La Nación: El cuadro
del cabaret tiene una vivacidad y un colorido que la música. el canto y la
danza realzan constantemente. Pero del tango.
minga.
Para
la segunda temporada se contrató a la orquesta de Juan Maglio y González
Castillo escribió la letra de ¿Qué has hecho de mi cariño?, para que Poli la
cantara con la música de Royal Pigall, del mismo Maglio. Y González Castillo,
el ideólogo, el fundador y mentor de la famosa Peña Pachacamac, el impulsor de
la Universidad de Boedo, siguió escribiendo piecitas escénicas y ahora también
letras de tango. De las que escribió, Gardel registró once para los gramófonos:
Acuarelita de arrabal, Aquella cantina de la ribera, Clarita, Griseta, Juguete
de placer, Organito de la tarde, Páginas de amor, Por el camino, ¿Qué has hecho
de mi cariño?, Silbando y Sobre el pucho. Organito de la tarde fue una creación
de Azucena Maizani (1924): Sobre el pucho y Silbando, las dos primeras
composiciones escritas profesionalmente por Sebastián Piana: Griseta, estrenada
por el tenor Raúl Laborde, es el primer tango oficialmente llamado tango
romanza. Pero queda mucho más: El circo se va, Música de calesita -con su hijo
Cátulo-, la bellísima Milonga en rojo (música de Demare y Fugazot), grabada por
la orquesta del autor de la música, Lucio Demare, con Juan Carlos Miranda, en
septiembre de 1942, y A Montmartre, con música de Enrique Delfino. escrito en
1928 para despedir a su hijo que viajaba a Europa.
Por
la huella de González Castillo exploró Manzi el profundo territorio de la
nostalgia. Creo que el organito crepuscular trovado por el viejo Castillo lo
precedió en su tierna aventura.