HÉCTOR
GAGLIARDI
Héctor
Gagliardi nació en Buenos Aires el 29 de
noviembre de 1909 y murió en Mar del Plata el 19 de enero de 1984.
Inspirado
en la barra del café de Defensa y Chile, al que asistía, a los veinte años
escribió la letra de Medianoche, que le musicalizó Aníbal Troilo. Por la misma
época se hizo amigo de Celedonio Flores. Lo visitaba todos los días en su casa
de la calle Loyola. Y recitaba sus
propios versos para los amigos. Todavía
no era El Triste...
Ese
apodo le fue puesto por Ismael R. Aguilar, autor de los libretos del
espectáculo radiofónico propalado por la onda de LR3 Radio Belgrano, donde
debutó el 2 de enero de 1941, junto a la gloriosa Azucena Maizani y los actores
Antonia Volpe y Tino Tori. Tito Martínez del Box lo había escuchado recitar en
una sobremesa y lo llevó al micrófono. En poco tiempo adquirió una vasta
nombradía, se convirtió en artista profesional e hizo una brillante carrera,
inclusive en términos económicos.
Como
los viejos juglares, sólo decía sus versos.
Era la suya una poesía sutil e ingenua, más próxima a lo iletrado que a
lo letrado. Pero el poeta era un
observador sin segundo y su capacidad para captar los rasgos más escondidos,
los tics más sutiles de los personajes que retrataba era prácticamente infinita.
Tañía con sabiduría y precisión la cuerda sentimental hacía de la ternura algo
así como la materia prima de sus versos y cultivaba un acento querendón y
persuasivo. Quizá la suya no fuera
poesía, pero era su poesía; eran textos que, en todo caso, su voz convertía en
un sutilísimo género literario, capaz de suscitar al mismo tiempo, como en un
grotesco perfecto, la sonrisa y la lágrima.
Por
eso, muy difundidos escritores populares prologaron los tomos de versos que dejó,
lamentablemente, despojados de su voz: Alberto
Vacarezza, Puñado de emociones; Homero Manzi, Por las calles del recuerdo;
Cátulo Castillo, Esquina de barrio y Enzo Ardigó, Versos de mi ciudad.
Otros
tangos de Gagliardi son Claro de luna y Vencido. Pero realmente cada una de sus
poesías es un tango; sin música, con cadencia renga, con rima anárquica, pero
con esa dulce tanguedad de los barrios que no es la turbia tanguedad del bajo
fondo, ni la refinada tanguedad de los conservatorios. Recordémoslo con estrofas de su, Me llamo
Tango:
¡Con
permiso ... soy el Tango...
yo
soy el tango que llega por las calles del recuerdo.
Dónde
nací, ni me acuerdo. en una esquina cualquiera, una Luna arrabalera
y
un bandoneón, son testigos ...
¡Yo
soy el Tango Argentino
donde
guste... y cuando quiera...
Por
la calle El Porteñito
entre
El Choclo y La Payanca,
un
servidor se abrió cancha al compás de un organito;
y
a la luz de un farolito escondido entre glicinas, en el atrio de una esquina, una
noche de verano
me
apadrinó El Entrerriano con La Morocha Argentina…