Alfredo
Le Pera
Nació
en Sao Paulo (Brasil) el 7 de junio de 1900 y murió junto a Gardel en el
accidente aéreo de Medellín (Colombia) el 24 de junio de 1935. Sus padres,
Alfonso Le Pera y María Sorrentino, eran inmigrantes italianos que hacia 1902
bajaron a Buenos Aires,
En
esta ciudad, Alfredo cursó estudios en el Colegio Nacional Mariano Moreno,
donde tuvo como profesor a Vicente Martínez Cuitiño, hombre de prensa y de
teatro, quien lo acercó al periodismo, inició la carrera médica y cursándola
ganó la amistad de José Ingenieros. Muy pronto, sin embargo, la abandonó para
dedicarse plenamente al periodismo. Compartió con Julio F. Escobar la crónica
teatral de Última Hora, pasó luego a El Telégrafo, como jefe de página y, con
esta misma jerarquía, se desempeñó finalmente en El Mando, En tanto, escribía y
estrenaba sainetes y revistas escénicas que, ciertamente, no anunciaban al
pulcro letrista de Carlos Gardel. Tras cumplir, en 1928, una misión
periodística en Estados Unidos y en Europa se vinculó con la empresa Artistas
Unidos, para cuyas películas comenzó a escribir los títulos sobreimpresos. De
esta época es su viaje a Chile, como autor de la compañía de revistas
encabezada por Enrique Santos Discépolo y Tania. Firmó entonces con Discépolo
el tango Carillón de la Merced, que, interpretado triunfalmente por Tania,
salvó una temporada que amenazaba derrumbarse.
Es
probable que Le Pera y Gardel se hayan conocido en Buenos Aires, pues el uno y
el otro transitaban las mismas calles, pero la amistad nació en París, en 1932,
durante la tercera estada del Mago en aquella metrópoli. El encuentro fue
promovido por la Paramount, Le Pera, frecuentador de sets, de quien decíase que
había conquistado especiales simpatías de la famosísima Gaby Morlay, se
convirtió en el libretista del astro. En esa tarea desplegó un formidable
talento, que nadie habría previsto, salvo, tal vez, los sabuesos de Paramount.
Sainetero
al fin -y bastante ramplón-, superó Le Pera la tentación del género mínimo y
convirtió al Morocho del Abasto en una mezcla, rara pero imperfectible, de
muchacho arrabalero, cajetilla, playboy y caballero andante dotado de
nobilísimos sentimientos. En los filmes de Le Pera, Gardel se representa a sí
mismo, tal como era en la vida cotidiana, canchero y tierno a la vez, reo,
gentilhombre, enamorado y derecho. Hornero Manzi censuró aquella suerte de
estereotipo creado por Le Pera; el público hispanófono, en cambio, la aprobó
por unanimidad.
Las
letras de las canciones que Le Pera compuso para Gardel -en las que la influencia
de Amado Nervo se acerca audazmente al plagio (cfr. El día que me quieras)- se
adecúan magistralmente al personaje y si como poeta no alcanza el vuelo de
Manzi, ni la profundidad de Discépolo, ni la porteñidad de Romero, ni el
cancherismo de Cele, acierta con algunas frases proverbiales “veinte años no es
nada; siempre se vuelve al primer amor; la vergüenza de haber sido y el dolor
de ya no ser”, que constituyen un ingrediente poco estudiado pero muy propio de
la letrística tanguera, utilizado por Cadícamo con notable sabiduría. El
lenguaje de Le Pera no es rico; su modesta tropología, anclada en Nervo, se
torna reiterativa. A veces, sin embargo, conquista una bella metáfora “un rayo
misterioso hará nido en tu pelo “que no desdeñó Neruda. En todo caso, el decoro
de su escritura literaria no muestra ninguna grieta.