Homero Manzi
Homero Manzi nació como Hornero
Nicolás Manzione Prestera en Añatuya, el 1° de
noviembre de 1907. Y como Buenos
Aires no iba a Santiago del Estero, Manzione tuvo que venir a la Capital
Federal y volvió a nacer en ella como Homero Manzi, para transformarse desde
sus barrios y sus calles, a través del tango, en su más grande poeta popular.
Sur, Malena, El pescante, Milonga triste, Che bandoneón, y tantos otros temas,
quedaron como irrefutables testimonios de su alta inspiración. Cuando murió, en
Buenos Aires, el 3 de mayo de 1951, Barquina le dijo a Aníbal Troilo:
"Para esto... no hay reposición".
Debe decirse de Manzi, con entera
justicia, que renovó la letra del tango, reemplazando en sus temas los amores
tumultuosos y dramáticos por la cotidianeidad de los barrios porteños. Tenía 19
años cuando comenzó su fecunda etapa de tanguista. En efecto, en 1926 Roberto Fugazot
le cantó Viejo ciego, un bello poema de corte carriegano al que le pusieron
música Cátulo Castillo (primera parte) y Sebastián Piana (segunda). De allí en
más siguió una prolongada y brillante etapa de colaboración con Piana, de la
que surgió inicialmente el tango El pescante (1934) y una serie de milongas
arrabaleras, candomberas y federales, además de bellísimos valses como Esquinas
porteñas y Caserón de Tejas. Los músicos más famosos llevaron luego los versos
de Manzi al pentagrama: Aníbal Troilo (Barrio de tango, Sur), Lucio Demare
(Mañana zarpa un barco, Moleña), Hugo Gutiérrez (Después, Fruta amarga), José
Dames (Fuimos), Charlo (Oro y plata), Alfredo Malerba (Mi taza de café, Ropa
blanca), Francisco Pracánico (Monte criollo), Mariano Mores (Una lágrima tuya),
Raúl Fernández Siro (Ninguna). La técnica poética de Manzi recuerda al Borges
postultraísta de Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y
Cuaderno San Martín (1929) y entronca con la de José González Castillo, el
padre de Cátulo, maestro de una generación de jóvenes escritores populares a la
que Manzi perteneció. Convocado por Piana para escribir las canciones de la
película Sombras porteñas (1936), Manzi se vinculó a la industria cinematográfica argentina,
que daba sus primeros
pasos. En colaboración
con Ulises Petit
de Murat escribió los libros y los guiones de algunos filmes memorables,
entre ellos La guerra gaucha (1938). No le fueron ajenas la actividad gremial
realizada en la SADAIC, ni la política,
desarrollada en el grupo
FORJA, en la Unión Democrática y luego en el peronismo.
Manzi fue primordialmente un letrista elegiaco y sus méritos mayores son los de
haber logrado un lirismo mesurado y viril y haber expresado en versos de
notable valor literario la nostalgia de los porteños que añoraban, cada uno en
lo suyo, la belle époque.