Héctor Mauré
Héctor
Mauré -por vero nombre Vicente José Falivene- nació el 13 de marzo de 1920 y
murió en su casa de Ituzaingó (provincia
de Buenos Aires) el
12 de mayo
de 1976. No habían pasado veinte años desde su muerte cuando, con
laboriosidad y talento, Eduardo Visconti le
dedicó un minucioso
estudio biográfico.
A
los 18 años ganó un concurso radiofónico y se convirtió en cantor nacional con
contrato y todo. Era corpulento, se había animado al pugilismo y emitía la voz
que su contextura y sus antecedentes prometían. Pero además tenía escuela,
mucha escuela, mucho estudio, y muy buen gusto. Juan D' Arienzo le echó el ojo
y se lo llevó a su orquesta en reemplazo de Carlos Casares. Debutó en el
"Chantecler" (Paraná 440), rebautizado Héctor Mauré. El 12 de
diciembre de 1940 grabó su primera composición con la orquesta de quien ya era
El Rey del Compás, un vals firmado por Juan Carlos Graviz y titulado Flor del
mal. Le siguieron otras 49 y el 21 de setiembre de 1944 dio por finalizada esa
etapa de su vida. Visconti reproduce una nota de la revista Cantando, donde
puede encontrarse la clave de la carrera de Mauré. El autor, Jorge Tobar,
relata: «-Mira, Juan: yo deseo cantar a mi estilo... Desearía no ser más
chansonnier-. Y con estas palabras amistosas se separó de D'Arienzo, que fue el
primero en aplaudir a su cantor».
Leo
estas precisiones del cronista y me acuerdo de Fiore. No sé si éste abandonó a
Trono en busca de su propio destino. Si así hubiese sido, se habría equivocado,
porque Fiore, con su voz y su manera de decir (que el lector puede llamar
fraseo, si lo prefiere), estaba hecho a la medida de la orquesta de Pichuco,
Marino y Rivero excedían esa medida. Floreal pudo ser un cantor exento -es
decir, no pegado a orquesta alguna-, pero logró sus grandes éxitos con Troilo,
con Rotundo, con Basso. Ser cantor exento no supone una jerarquía artística
superior a la de chansonnier. Son legión los cantores exentos que no produjeron
ninguna interpretación comparable a la que hizo Florentino de Pa que bailen los
muchachos, o No te apures, Carablanca.
Cada
uno tiene sus propias dotes, su carma, dirían los hindúes; su carisma, decimos
los católicos. Mauré atendió el suyo y tuvo todo el éxito esperable de la
situación que el tango confrontaba entonces. En la época de los cabarés, de las
orquestas modernas, que tocaban sobre los arreglos de Galván, de Piazzolla, de
Artola; cuando los chansonnier que cambiaban de estado artístico se rodeaban de
músicos bien dirigidos y de arregladores estudiosos, Mauré, si bien se valió de
un bandoneonista de buena performance (Alberto Cima, que en 1929 había estado
en Europa con la orquesta de Cátulo Castillo), volvió a las guitarras del tango
gardeliano, como quien vuelve a las fuentes del canto. Hemos creado con Cima
esta orquesta para traer una nueva expresión del tango... Pero entiéndase bien,
sin que el tango deje de ser tango, dijo. De nuevo la tanguedad... Este,
empero, es un concepto ontológico, que tal vez no pueda ser resuelto por una
orquesta. Lo que aportaba Mauré a esa renovación del tango era una voz poderosa
y viril, un acento másculo, una escuela de cantor poco menos que imperfectible,
el dominio de los matices, el tesoro de una musicalidad envidiable. Con ese
bagaje nada desdeñable marchó hacia su destino. Como Gardel, debió luchar
contra un físico rebelde y a juzgar por lo que afirma Visconti -el exceso de
cigarrillo le produjo una angina de pecho- equivocó la estrategia. De todos
modos, fue lo que quiso ser, sólo que a él le costó más que a otros.
Felizmente
Mauré grabó mucho. Y se lo escuchará siempre, porque cada uno de sus discos es
una escuela de canto. Los tangueros del año 2020 los escucharán con devoción;
con la misma devoción con que los escuchamos ahora quienes sabemos que, si la
tanguedad es algo muy complejo, el Maurerismo es uno de sus ingredientes. Si
alguno se preguntase, entonces, « ¿Quién fue este Mauré que todo lo cantaba
bien?», el libro de Visconti le dará la mejor respuesta.