ELVINO
VARDARO
Elvino
Vardaro nació en Buenos Aires, en el barrio de Almagro, el 18 de julio de 1905
y murió en Córdoba el 6 de agosto de 1971. Es el referente obligado cuando se
habla del violín en el tango. Coincidiendo con Luis Adolfo Sierra, para quien
el violín es posiblemente el más antiguo de todos los instrumentos del tango,
he escrito alguna vez que el tango nació en un violín; que fueron los músicos
negros, violinistas casi todos -a quienes personifiqué en Casimiro-, los que
convirtieron en música -ritmo, melodía, armonía y timbre- los firuletes que la
alpargata bordada y, si cuadraba, el taquito militar, alardeaban sobre el piso
de las academias.
Vardaro
no fue un intuitivo ni un orejero. De chiquilín cursó en los conservatorios y
sin ser demasiado grande -15 años o poco más- recibió su bautismo de fuego en
la orquesta de Juan Maglio, y su confirmación en la de Paquita Bernardo y en la
de Roberto Firpo. De ahí en más, florecieron sus acordes en diversas orquestas,
inclusive en la primera de Pedro Maffia (1928) y la que enseguida codirigió con
Osvaldo Pugliese. En 1933 formó su propio sexteto, que sobrevivió durante tres
años en medio de la indiferencia de los comerciantes de la música. Lo
componían, al segundo violín, Hugo Baralis; al piano, José Pascual -el famoso
autor de Arrabal-; a los bandoneones, el joven Aníbal Troilo y Jorge Argentino
Fernández, y al bajo, Pedro Caracciolo. De aquella agrupación ya mítica quedan
sólo recuerdos y suposiciones. Demasiado avanzada para su tiempo, no alcanzó a
dejar documentos fonográficos, salvo alguno, perdido en la marea de los años
que bien podría enriquecer y envanecer a coleccionistas afortunados. Los seis
eran muchachos geniales; lo que hicieron más tarde demostró que también eran
tangueros.
Hace
unos años se editó un LD con 14 interpretaciones de orquestas que incluían el
violín de Vardaro. Nombrémoslas: Luis Petrucelli, Trío Víctor, Juan Guido, Juan
Carlos Cobián, Los Provincianos, Adolfo Carabelli, Carlos Marcucci, Típica
Víctor y Osvaldo Fresedo. Tal vez la tecnología logre algún día aislar el
sonido del violín de Vardaro en la masa sonora de los conjuntos típicos. En
tanto, no hay más remedio que agregar al placer de escucharlo, el encanto de
descubrirlo. Quizá en aquel LD -debido a la pasión tanguera de Sierra, ese
gigante a quien decían Luisito- falte la versión de La Cumparsita por la
orquesta grande de Piazzolla (aquella a la que llamaban La Cumparsola), donde
el violín de Vardaro canta en las alturas, inmediatamente por debajo o tal vez
encima de los coros celestiales. Si Homero Expósito no lo toma a mal, diría que
ese canto nos da la sensación de un arco de violín clavado en el medio del
pecho.
Otras
orquestas -sobre todo, la Típica Víctor- contaron a Vardaro en sus filas. Era
el violinista más requerido, pero tal vez nunca haya podido hacer lo que en
verdad amaba, un tango que fuera refinado y auténtico a la vez. Por los años
sesenta se sumó a las huestes del Nuevo Tango y, siendo mucho mayor que Piazzolla,
militó disciplinadamente a sus órdenes. Es maravilloso -dijo- cómo Astor nos
capta y nos comprende a cada uno de nosotros en sus arreglos. También confesó:
En cierta oportunidad pude ir a tocar con D' Arienzo, ganando cinco veces lo
que en ese momento recibía. Pero no fui. D' Arienzo no es lo que yo quiero. Con
D' Arienzo tocaba otro gran violinista del tango, que había sabido tener una
orquesta nada desdeñable: Cayetano Puglisi. Llegado el momento crucial de su
vida y de la vida del tango, Vardarito se fue a tocar como violín de fila a la
Orquesta Sinfónica de Córdoba. Esa era la música que él había amado desde sus
días de niño prodigio, cuando a los 14 años -10 de julio de 1919- dio un
concierto en el salón La Argentina con obras de Beethoven y de Bach. Luego
arribaron al tango artistas que lo superaban en técnica: Francini, Bajour,
Agri... Pero como dijo otro gigante del violín tanguero, Reynaldo Nichele, el
sonido de Vardaro tenía ese misterio que ninguna palabra podría explicar.