Rosita
Melo
Rosa
Clotilde Melé nació en Montevideo el 9 de julio de 1897 y murió el 12 de agosto
de 1981, después de haber perdido en 1976 a su esposo, el poeta Víctor B. Piuma
Vélez, con quien se había casado en 1922. Vivió en su ciudad natal los dos
primeros años de su vida. Luego se vino con sus padres a Buenos Aires. Doce
años más tarde, a los 14, jugando con el teclado del piano, advirtió cómo sus
ensoñaciones de adolescente -que no eran distintas a las de todas las
adolescentes de su tiempo- se le manifestaban en forma de vals. Fue como si las
notas le fluyeran desde el alma...
Era
un vals Boston, variante americana del Vals, lento, melódico, sin arranques
rítmicos. Rosita estudiaba música y continuó estudiando y compuso hasta sus
últimos años, inclusive tangos. La difusión arrolladora de Desde el alma -que
Roberto Firpo grabó en 1920- dejó en la oscuridad el resto de su obra. Esa fue
la única pieza que publicó, estrenando con ella su seudónimo Rosita Meló. Un
tesoro musical ha quedado inédito, en manos de su hija, esperando editor. Desde
el alma ya era famoso cuando Piuma Vélez le aplicó la primera letra, Yo también
desde el alma, te entregué mi cariño, pero santo y bueno, como el de una madre,
como se ama a Dios. Piuma amaba ese vals tierno y sentimental, que asociaba a
un paisaje suburbano. Poeta al fin, tradujo en versos los sentimientos, que le
suscitaba la música volandera a la que le había puesto letra: "Organito de
la tarde, / de la noche y la mañana, / llevado sobre dos ruedas / por las
calles suburbanas, danzando a los cuatro
vientos / su música ciudadana, donde no faltabas nunca, / valsecito Desde el
alma".
Un
día de 1948, Piuma recibió, en su casa de la calle Várela, una llamada
telefónica de Manzi. Homero -quien siendo muy joven había compuesto con Antonio
Sureda algunos valses memorables, como A su memoria y Valsecito de antes-
estaba enamorado del vals de Rosita y, famoso ya, quería llevarlo al cine. Se
la dijo a Piuma: su propósito era que lo cantara Hugo del Carril en la película
Pobre mi madre querida, que filmaría con la gloriosa Emma Grammatica. Pero su
letra, Piuma, está dedicada a la madre, y yo necesito una letra amorosa. ¿La
escribimos juntos? Piuma aceptó y pergeñó: Vuelve a tu antigua ilusión. Junto
al dolor que abre una herida, llega la vida trayendo otro amor. En buena
amistad completaron la letra y la firmaron los dos.
Hace
algunos años quise saber más sobre Rosita Meló. Ella vivía aún y con lo que
ella recordaba escribí una noticia que en 1976 publiqué en mi libro Conversando
Tangos. Decía entonces que curiosamente la música de esa dulce muchachita
oriental, quien, como el personaje de Carriego, confiaba al piano sus secretos
más íntimos, tuvo una repercusión profunda y tenaz más allá de las casas, de
los zaguanes y de los cercos de ligustros; inclusive en ambientes torvos y
sombríos, donde el malevaje hacía su catarsis con el vals de la Meló, con el
Nocturno a Rosario de Manuel Acuña, con las rimadas moralidades compuestas por
el descuidista Andrés Cepeda. ¿Quién que es no es romántico?, se preguntó Rubén
Darío en La canción de los pinos. El malevaje también tenía su corazoncito.
La
música adolescente de Rosita Meló convivió, en 1920, con La tablada, con Royal
Pigall, con La biyuya, con De vuelta al bulín, con Sábado inglés... No podrá
negarse que llevó al habitat denso de humo y de vapores de caña, donde el tango
conquistaba la libreta de enrolamiento, un hálito querendón de malvones y de
diosmas.