Sofía
Bozán
Sofía
Isabel Bergero (durante los últimos 8 años de su vida Bergero de Hess), murió
en Buenos Aires el 9 de julio de 1958. En cuanto a su nacimiento, señala el
estudioso Horacio Loríente que sus documentos lo registran ocurrido en
Montevideo, el 5 de noviembre de 1898. Era prima, por parte de madre, de la
gran actriz Olinda Bozán (1893-1977). Contrajo matrimonio el 29 de mayo de 1950
con el doctor Federico Hess, que la sobrevivió. Fueron testigos de la boda su
último gran amigo, Carlos Marcelo Tornquist y el periodista José María Caffaro
Rossi.
El
investigador J. A. de Diego precisó que Sofía Bozán no tuvo vinculación alguna
con el circo criollo, puesto que comenzó su carrera como corista de las
compañías de Luis Vittone - Segundo Pomar y de Enrique Muiño-Elías Alippi. En
esta última cantó su primer tango, Canillita (Antonio Botta, Tomás De Bassi).
Fue en 1925 y en el teatro Buenos Aires, el mismo donde Manolita Poli, en abril
de 1918, había cantado Mi noche triste, iniciando la era contursiana. Del mismo
Contursi estrenó muy pronto ¡Qué calamidad! y Caferata (dialogado éste con
Azucena Maizani). Sofía entonaba los versos con el aire de quien dice un
monólogo y el éxito fue formidable. En 1927 comenzó una clamorosa temporada en
el teatro Sarmiento, donde estrenó páginas que hoy son clásicos del tango
canción: Un tropezón, Aquel tapado de armiño, Las vueltas de la vida, Qué
querés con ese loro, Guapo sin grupo, Haragán. La compañía del Sarmiento,
dirigida por Manuel Romero, viajó, como se sabe, a España, en 1930, y se
presentó en el teatro Zarzuela, de Madrid, y luego en el Palace, de París. Fue
durante aquella gira cuando Sofía intervino, junto con Carlos Gardel, Gloria
Guzmán, Pedro Quartucci, y el concurso de la orquesta de Julio de Caro, en la
filmación de "Luces de Buenos Aires" (Joinville, marzo de 1931). Allí
cantó dos tangos, con letra de Romero y música de Matos Rodríguez, La
Provinciana y Canto por no llorar.
Al
regreso de aquella gira pasó al teatro Maipo, donde cosechó aplausos durante
años de años. Sobre su escenario estrenó de contrabando, en 1935, el tango
Cambalache, que la Argentina Sonó Film había encargado a Discépolo. En el Maipo
la vio, la escuchó y la aplaudió el famoso charlista español Federico García
Sanchiz quien, en su libro "La pampa erguida", dijo de ella: Fuera
del brillo de sus ojos, vencido por el de sus dientes, ambos en pugna con el
fulgor de las joyas, no sobresale con el resplandor inherente a las fantasías
del género. No se exhibe semidesnuda -las tanagras envuélvanse en túnicas y
mantos- y la quebradiza delgadez de ella requiere los vestidos que delatan
insinuaciones. Canta sin mucha voz y, si por la humedad, tórnase áspero el
timbre, se burla de sí misma y advierte que actúa como diseuse (recitadora). En
verdad era escasa de voz y dura de oído, pero su dominio del público no tuvo
igual. Eran los tiempos en que los astros de la revista criolla no hablaban
como carreros, ni necesitaban hacerlo, expertos como eran en el manejo de los
tonos. La grosería raramente salía a escena y el doble sentido no emigraba de
su jurisdicción, acotada en los teatros sicalípticos del Bajo y en los palcos
del Balneario.
Sofía
Bozán, la más picara y la más querible de las vedettes argentinas, deslindaba,
con extraña sabiduría, lo canyengue de lo guarango y lo cómico de lo obsceno.
Horacio Loríente, que la vio en los escenarios montevideanos, afirma que
interpretaba los tangos sin cantarlos del todo, pero jamás desafinaba. Pudo,
por eso, alternar sin desmedro con cantantes como Libertad Lamarque, Tania y
Amanda Ledesma. Es cierto que no tuvo mucha suerte en el cine, que fracasó en
la radiofonía y que tampoco grabó demasiado. Esas carencias no disminuyen su
mérito ni su gloria. Más bien la aproximan a la leyenda.