Alfredo
De Angelis
De Angelis
nació en Adrogué (provincia de Buenos Aires) el 2 de
noviembre de 1912
y murió en Banfield el 31 de marzo de 1992.
"Yo
comencé a tocar -le recordaba, en 1950, al periodista Ignacio Covarrubias-
precisamente en una época en que el tango parecía batirse en retirada. Primero,
la música de los Estados Unidos, los fox y los blues que atacaban con brío.
Después fue Centro América: sones, boleros, rumbas. Al tango lo estaban
empujando nuevamente a ellos y lo iban a dejar en los barrios lejanos.» En
realidad no era enteramente así. Cuando De Angelis formó su orquesta, en 1940,
para tocar en el "Marabú", y pasó luego al "Marzotto", el
tango había renacido de las cenizas en que parecía haberlo enterrado el bolero,
y las multitudes se agolpaban sobre la vereda de la Corrientes ya ancha para
escuchar a sus músicos y a sus cantores (Enrique Morea y Floreal Ruiz), como en
1913 se habían agolpado sobre la calle Paraná para escuchar a Pacho (calle
Paraná, sí, señor, porque eso de que el tango nació en el suburbio también está
por verse).
¡Y
qué decir del año 1943, cuando Julio Martel reemplazó a Morea y Carlos Dante
(veterano ya, pues había nacido en 1905), a Floreal Ruiz! De Angelis disfrutó
la adhesión de multitudes, allí donde se presentaba con su orquesta, y también
en todo el país, gracias a los 78 rpm y a las transmisiones de radio El Mundo,
que durante 25 años llevaron de confín en confín su música de calesita. La
batalla más dura la libraría el tango después, en la segunda mitad de la década
de 1950, cuando el rock and roll lo fue empujando no al suburbio, sino a las
peñas y cofradías, más o menos numerosas, de tangueros que ciertamente no
bailan el tango tanto como lo aman.
Lo
de música de calesita es una categorización entre cariñosa y despectiva, pero
no debería tomarse a mala parte, a menos que se crea que el tango debe derivar
forzosamente a música de minorías intelectualizadas. Parecería que los entendus
sienten obligación de menospreciar a la orquesta de De Angelis. A la buena
gente, sin embargo, no pareció importarle mucho «la escasa ambición musical»,
que dijo Ferrer, ni el candor, que podría sonar anacrónico, de algunas
composiciones (La pastora, Pregonera) comprometió la fidelidad de un público
que le permitió vender casi 500 versiones en 37 años de faena discográfica. Lo
bueno del tango, o algo de lo mucho bueno que acredita, es que puede satisfacer
a todos los gustos y dar respuesta a todos los estados de ánimo de sus fieles.
Así como su letra ofrece siempre la explicación de cada una de nuestras
peripecias sentimentales, sirviendo a veces de consejo y otras, de consuelo, en
el arsenal de su música es posible proveerse por igual de introversión y de
escapismo. A lo mejor, una de las razones del éxito de De Angelis debe buscarse
en el tono alegre y juguetón de su orquesta. Cuando en 1945 apareció Pregonera,
el tango ya había llorado en exceso.
Bandoneonista
primero, y enseguida pianista, el autor de El taladro (1946) y otras noventa
composiciones, fue también pintor (como su padre, músico aficionado y
decorador). Es probable que De Angelis haya recibido de la guardia del Cuarenta
más de lo que aportó a ella, pero, en todo caso, dejó en claro que quienes
«inclinan sus preferencias por aquellas manifestaciones musicales de extremada
simpleza armónica» -para decirlo con palabras de Luis Adolfo Sierra- forman un
importante mercado que conviene no descuidar. ¿Será que al tango le está
faltando marketing?