Luis
Cesar Amadori
Nació
en Pescara (Italia) el 28 de mayo de 1902 y murió en Buenos Aires el 5 de junio
de 1977. Se lo recuerda especialmente como director de cine, pero Gardel, que
no pudo ver ninguno de ellos, lo conocía como autor de letras de tango, de las
que grabó cinco: Cobardía, Confesión, Fondín de Pedro de Mendoza, Madreselva y
Rencor. Si restamos Confesión, que es creación de Discépolo, quedan cuatro.
Amadori no previo la gloria póstuma de Gardel. En la pericia que presentó al
juez en lo civil el 16 de setiembre de 1936 decía textualmente: "El auge
que dio a las obras de Carlos Gardel el sentimiento producido en el ánimo
popular por su trágica muerte, los homenajes realizados en su memoria y la
repatriación de sus restos deben tomarse como el índice máximo de popularidad y
por ende de la producción de derechos de autor. Después de este momento las
obras del mencionado autor han comenzado ya a declinar; declinación que irá
creciendo en proporcional geométrica en el transcurso de los años". ¿Cómo
prever entonces que Plácido Domingo por un lado y Luis Miguel por el otro
grabarían El día que me quieras?
Primero,
el periodismo; enseguida, el teatro; más tarde, el cine, y en todos, el tango.
Tal la trayectoria de quien, con sus versos, convirtió en Madreselva el tango
La polla, de Canaro. Pasó, en efecto, de la redacción de Ultima Hora al
escenario. Cuando escribió, en 1936, las canciones de la película Puerto Nuevo,
que codirigió con Mario Soffici, ya era un letrista muy solicitado. Esto, desde
Felisa Tolosa, vals criollo en cuya letra colaboró Ivo Pelay y cuya música
compuso Raúl de los Hoyos: hacia 1929 lo estrenó la olvidada Amanda Las Heras
en el teatro Maipo. Eran lindos versos, aunque demasiado amargos para un vals;
sonaban mejor a tango. Amadori pisó fuerte en el teatro Maipo, del que llegó a
ser dueño. Escribía las letras de muchas de las canciones que se presentaban en
las revistas escénicas y otras las firmaba en colaboración con el autor. Fueron
casi siempre estrenadas por las estrellas más rutilantes de la constelación
tanguera: Azucena, Libertad, Mercedes, Tania, Charlo. Muchas de ellas
permanecen todavía. Quién hubiera dicho, por ejemplo, estrenado por Tania en el
Maipo en 1932, reaparece de vez en cuando en el repertorio de cantores actuales
(recuérdense, en todo caso, las dos encendidas versiones que dejó Julio Sosa).
Más
letrista que poeta, Amadori conocía su oficio. El periodismo y el teatro le
habían enseñado el camino que lleva al versátil y conmovedor corazón del
pueblo. Por eso sus tangos siempre tuvieron éxito, y también lo alcanzaron sus
películas. Ferreira le entregó una Libertad Lamarque que era una estrellita en
cierne y en Madreselva la convirtió en una gran estrella. Ni su cine ni sus
tangos la entraña tanguera de las obras de Romero, pero su aporte no debe
minimizarse. Presintió que Cambalache sería un clásico, se lo birló a Mentasti
-que lo había encargado para estrenarlo en un filme- y lo presentó en el Maipo.
Luego trabajó para Mentasti y a su sombra cosechó lauros y pesos. Caído Perón,
fue encarcelado, con Hugo del Carril y el mismo Mentasti, pero su prisión fue
breve. La vivió gruñendo y protestando. Se indignó cuando unos periodistas
quisieron fotografiarlo en la celda (Roberto Maidana e Ignacio Covarrubias
debían andar en eso: ellos fueron los que entonces me fotografiaron en la
número 263). Luego viajó a España e hizo allá una brillante carrera. Tras el
éxito fabuloso de Sarita Montiel en El último cuplé (del director Juan de
Orduña), rodó, con la misma estrella, El último tango. Su fortuna fue heredada
por Zully Moreno, su esposa, que retiene el teatro Maipo. Allí donde Azucena
cantaba, con atuendo masculino (travestismo iniciado, al parecer, por Linda
Thelma), Portero, suba y dígale a esa ingrata, ahora tanguea Eleonora Cassano.