lunes, 9 de diciembre de 2013

Elvino Vardaro - Biografia - 9 de diciembre de 2013

Elvino Vardaro (Parado izquierda) y su Orquesta

               ELVINO VARDARO
Elvino Vardaro nació en Buenos Aires, en el barrio de Almagro, el 18 de julio de 1905 y murió en Córdoba el 6 de agosto de 1971. Es el referente obligado cuando se habla del violín en el tango. Coincidiendo con Luis Adolfo Sierra, para quien el violín es posiblemente el más antiguo de todos los instrumentos del tango, he escrito alguna vez que el tango nació en un violín; que fueron los músicos negros, violinistas casi todos -a quienes personifiqué en Casimiro-, los que convirtieron en música -ritmo, melodía, armonía y timbre- los firuletes que la alpargata bordada y, si cuadraba, el taquito militar, alardeaban sobre el piso de las academias.
Vardaro no fue un intuitivo ni un orejero. De chiquilín cursó en los conservatorios y sin ser demasiado grande -15 años o poco más- recibió su bautismo de fuego en la orquesta de Juan Maglio, y su confirmación en la de Paquita Bernardo y en la de Roberto Firpo. De ahí en más, florecieron sus acordes en diversas orquestas, inclusive en la primera de Pedro Maffia (1928) y la que enseguida codirigió con Osvaldo Pugliese. En 1933 formó su propio sexteto, que sobrevivió durante tres años en medio de la indiferencia de los comerciantes de la música. Lo componían, al segundo violín, Hugo Baralis; al piano, José Pascual -el famoso autor de Arrabal-; a los bandoneones, el joven Aníbal Troilo y Jorge Argentino Fernández, y al bajo, Pedro Caracciolo. De aquella agrupación ya mítica quedan sólo recuerdos y suposiciones. Demasiado avanzada para su tiempo, no alcanzó a dejar documentos fonográficos, salvo alguno, perdido en la marea de los años que bien podría enriquecer y envanecer a coleccionistas afortunados. Los seis eran muchachos geniales; lo que hicieron más tarde demostró que también eran tangueros.
Hace unos años se editó un LD con 14 interpretaciones de orquestas que incluían el violín de Vardaro. Nombrémoslas: Luis Petrucelli, Trío Víctor, Juan Guido, Juan Carlos Cobián, Los Provincianos, Adolfo Carabelli, Carlos Marcucci, Típica Víctor y Osvaldo Fresedo. Tal vez la tecnología logre algún día aislar el sonido del violín de Vardaro en la masa sonora de los conjuntos típicos. En tanto, no hay más remedio que agregar al placer de escucharlo, el encanto de descubrirlo. Quizá en aquel LD -debido a la pasión tanguera de Sierra, ese gigante a quien decían Luisito- falte la versión de La Cumparsita por la orquesta grande de Piazzolla (aquella a la que llamaban La Cumparsola), donde el violín de Vardaro canta en las alturas, inmediatamente por debajo o tal vez encima de los coros celestiales. Si Homero Expósito no lo toma a mal, diría que ese canto nos da la sensación de un arco de violín clavado en el medio del pecho.
Otras orquestas -sobre todo, la Típica Víctor- contaron a Vardaro en sus filas. Era el violinista más requerido, pero tal vez nunca haya podido hacer lo que en verdad amaba, un tango que fuera refinado y auténtico a la vez. Por los años sesenta se sumó a las huestes del Nuevo Tango y, siendo mucho mayor que Piazzolla, militó disciplinadamente a sus órdenes. Es maravilloso -dijo- cómo Astor nos capta y nos comprende a cada uno de nosotros en sus arreglos. También confesó: En cierta oportunidad pude ir a tocar con D' Arienzo, ganando cinco veces lo que en ese momento recibía. Pero no fui. D' Arienzo no es lo que yo quiero. Con D' Arienzo tocaba otro gran violinista del tango, que había sabido tener una orquesta nada desdeñable: Cayetano Puglisi. Llegado el momento crucial de su vida y de la vida del tango, Vardarito se fue a tocar como violín de fila a la Orquesta Sinfónica de Córdoba. Esa era la música que él había amado desde sus días de niño prodigio, cuando a los 14 años -10 de julio de 1919- dio un concierto en el salón La Argentina con obras de Beethoven y de Bach. Luego arribaron al tango artistas que lo superaban en técnica: Francini, Bajour, Agri... Pero como dijo otro gigante del violín tanguero, Reynaldo Nichele, el sonido de Vardaro tenía ese misterio que ninguna palabra podría explicar.