“No
creo que el hecho de conocer armonía y contrapunto sea un delito y que deba
dejarlo como capítulo cultural, en una zona de naufragio. No quiero aparecer
como un héroe, tampoco. Quiero aparecer como un músico inquieto y estudioso, a
quien el conservatorio no hizo ningún mal. Ahora... si desconocer, ignorar
música puede ser una virtud para un músico, entonces prefiero ser otra
cosa..."
Estas palabras fueron pronunciadas por Enrique Mario Francini, durante una mesa
redonda realizada a mediados de los años '50, en la cual se discutía la
decadencia del tango. Es que, en realidad, fueron años angustiosos para nuestra
música. La invasión de ritmos extranjeros era verdaderamente alarmante. Y para
contenerla, aparecieron conjuntos de tango de calidad dudosa, que en cierto
tipo de lugares conseguía convocar más gente que los verdaderos y serios
cultores del Tango.
Y
Enrique tenía razón: ¿por qué se iba a prostituir "rascando" el
instrumento? ¿Para ganar unos pesos más? ¿Y después? ¿Y todo lo que sabía? ¿Lo
iba a echar por la borda?
Por
suerte no lo hizo: hombres con dignidad lo imitaron, y poco a poco, lentamente,
se formaron pequeños conjuntos, pero de enorme calidad. Y por todos ellos pasó
Francini; el Octeto Buenos Aires, Los Astros del Tango, el Quinteto Real, su
propio sexteto y la culminación de su trayectoria en Japón con una enorme
orquesta... ¡Qué razón tenía Enrique! Por algo fue el virtuoso que fue. Un
músico de raza que supo, a través de su violín, brindar al tango algo nuevo...
¡Qué enorme pérdida sufrió el Tango aquel 27 de agosto de 1978! Desde ese día,
Enrique toca su violín en el tejado de todos los tangueros...
JORGE
PALACIO
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