CELEDONIO ESTEBAN FLORES
El Negro Cele nació en Buenos Aires (calle
Talcahuano 58) y murió en la misma ciudad el 28 de julio de
1947 (Malabia 2154).
Un
papel de carta que usaba el año de su muerte registra, en membrete, los títulos
de cuarenta y ocho éxitos. Crítica afirmó en la nota fúnebre: «Murió rico, pero
bohemio». Julián Centeya se desahogó «Buenos Aires pierde al último vate de
positiva importancia» y Carlos de la Púa sentenció: «Cuando en la barriada
porteña la lealtad se pague con nobleza y la traición, con sangre, cuando cada
personaje y cada cosa recobren su verdadero valor, su auténtica personalidad,
entonces vos, hermano, pasarás al frente con tus poemas inmortales, con
cualquiera de los cuales ganaste la estatua».
Todo
comenzó al finalizar la segunda. Cele, que era un chiquilín dado al boxeo,
concurría a los bailes de Villa Crespo y había reunido sus poemas de
autodidacto en un cuaderno escolar con el título Flores y yuyos. Ganó un
concurso poético abierto por el diario Última Hora, al que había presentado
unos socarrones alejandrinos declamables titulados Por la pinta.
Gardel,
que ya andaba al acecho de repertorio tanguero, echó el ojo a esos versos, hizo
llamar al autor, le pidió permiso para cantarlos y ordenó al Negro Ricardo que
les pusiera música. Así nació el tango Margot, que opone al tono sentimental y
quejoso de Contursi un aire desfachatado y sobrador. (Gardel-Razzano firmaron
aquella música, y los herederos de Ricardo debieron litigar para recuperar la
paternidad birlada).
Llegaron
después Mano a mano, que esta vez Flores llevó a Gardel sin que lo llamara; su
introducción en el ambiente radiofónico, su amistad con Charlo y Rosita
Quiroga, el contrato de exclusividad que firmó con esta fabulosa cancionista
(por entonces, con vara alta en la Víctor) y luego sus tangos, compuestos en
los versos alejandrinos más musicales y más redondos de toda la poesía
argentina, en la voz de Carlos Gardel, hecha corno a la medida de esa poética
canchereada: Canchero, Gorriones, Lloró corno una mujer, Mala entraña, Tengo
miedo, Viejo Smoking. Para ese tiempo, Rosita Quiroga había difundido ya
Muchacho, La musa mistonga, Sentencia, Viejo coche y Audacia. Y todavía Gardel
agregó creaciones inolvidables: La mariposa, Pan, Te odio, Sí se salva el pibe,
Por seguidora y por fiel
Hombre
querendón, de una sola esposa, y ella legítima, María Luisa Vinci, muy de los
suyos, aunque alguna vez las luces del centro la alejaran fugazmente por malos
pasos, no comenzó a escribir con la mira puesta en el tango. Para éste lo ganó
la intuición infalible de Gardel. Flores era un vate arrabalero que pudo
recopilar sus versos, tangueables o no, en dos libros preciosos: Chapaleando
barro (1929) y Cuando pasa el organito (1935), A este último corresponde
Corrientes y Esmeralda, que ya andaba en 1934 convertido en tango en la
orquesta de Francisco Lomuto con Fernando Díaz al canto.
Flores
murió en la mejor de su vida, cuando tallaba la generación del Cuarenta.
Lástima que se haya ido sin escuchar las vigorosas versiones de Canchero,
Cuando me entres a fallar, Audacia, Biaba y otras virilidades que recreó
Edmundo Rivero.
Cuando
comenzó a escribir tangos, Flores era un chiquilín inexperto como Contursi,
aunque sus lecturas fueran más abundantes que las del autor de Ivette. El
negrito enjugó las lágrimas de Contursi con el pañuelo compadrón que llevaba en
el cabalete y, como quien dice, pasó a otra cosa. Pero no devolvió al tango las
insolencias de Villoldo o del viejo Gobbi, sino el aplomo -la capacidá- del
hombre corrido que puede mirar la vida como lo que es, agua que corre.