Luis Rubinstein
Nació
en Buenos Aires el 2 de julio de 1908 y murió en la misma ciudad el 10 de
agosto de 1954. César Tiempo, en una cariñosa evocación, lo presentó en la
viejísima casa de Balvanera Sur, a una cuadra del Once, donde pasó su infancia.
Tenía doce años, combatía su tartamudez cantando tangos y milongas en el Parque
Goal de Avenida de Mayo y Sáenz Peña y cuando se dio cuenta de que había nacido
para descubrir el color de las nubes y distinguir la música de los pájaros
atorrantes de la de los polifónicos, y pensar que una lágrima es el diamante
que el corazón les regala a los ojos, abandonó el hogar y se fue a vivir a una
piecita en la casa que ocupaba Anselmo Aieta. Comenzaban a llamarlo Petit
Gardel.
Luis
y sus hermanos fueron cuatro de los muchos hijos de inmigrantes judíos que se
aporteñaron al compás de los tangos. José Judkovski ha reseñado esa maravillosa
e impensada consecuencia de los pogromos, una gesta iniciada tal vez por los
Bernstein y el ruso Gutman, y que seguramente no tendrá fin. Los Rubinstein -Luis,
Oscar (Oscar Rubens, 1914-1984), Mauricio (Maury; 1916-1984), Elías (Elías
Randall, 1929)-vivieron una infancia con más penurias que caramelos. Luis fue
aprendiz de gorrero, repartidor de leche y de almacén, y al cabo de los
trabajos y los días, resultó poeta y músico (es decir, tanguista completo),
inventor de la Primera Academia Argentina de Intérpretes (PAADI) y, por fin,
próspero inversor en el mercado inmobiliario.
Inició
su carrera de poeta apoyándose a la vez en Aieta y en Rosita Quiroga. Aquel,
que le llevaba doce años, musicó su tango primero, Estoy borracha. Rosita se lo
grabó en noviembre de 1926. Como se ve, Rubinstein fue tan precoz como entonces
se usaba: a los 18 años ya tenía un tango en los fonógrafos, en la voz de una
estrella que había grabado cosas como Julián, Mocosita, Sentencia, Viejo coche
y De mi barrio. Después -dice Orlando Del Greco-, publicó centenares con
músicas de relevantes compositores... y muchos, muchísimos con las propias, que
creaba de oído, pues nada sabía de pentagramas. Su mayor proeza letrística
fueron los versos que compuso para el tango 6a. del R. 2, atribuido a Peregrino
Paulos, reactualizado por la orquesta de Pedro Maffia, cuando tocaba en el
cabaret "Pelikan". Lo rebautizaron Inspiración. Cantaron esos versos
para siempre Libertad Lamarque y Agustín Magaldi. Para entonces, Gardel le
había grabado Tarde Gris (17-6-30), con música de Juan B. Guido, pero todavía
Mercedes Simone no cantaba Cadenas (1933) ni Milagro (1936), que son sus
máximas creaciones tanguísticas, si bien no debe olvidarse, entre los
centenares que dice Del Greco, Charlemos (1941), popularizada por Carlos Di
Sarli con el chiquilín Roberto Rufino, y por el veterano Ignacio Corsini, ni
tampoco Tu perro pekinés (sobre el tema de Los vueltas de la vida, de Manuel
Romero, y Anoche, de Cátulo Castillo, que Troilo y Rivero grabaron en febrero
de 1948.
Rubinstein
-los cuatro hermanos- fueron los que podríamos llamar bohemios de medios, pero
no de fines. Supieron conciliar lo útil con lo agradable, lo cual no constituye
ciertamente un desvalor. En una época en que el mercado tanguero era propicio,
y hasta ávido, crearon la PAADI para dotar de intérpretes aptos a una especie
musical que encontraba en el canto su expresión predominante. Tiempo dijo que el
cuerpo de Luis se convirtió entonces en campo de batalla de dos espíritus, el
travieso, saltarín e iluminado por la más fresca poesía, y el burgués, dedicado
a altas empresas de las que salía siempre airoso. Sus operaciones inmobiliarias
hacían tanto ruido como sus creaciones musicales. Pero el autor de Dominio no
pasó en vano por el territorio del tango y me encanta rescatar sus huellas
cuando puedo hacerlo.
Murió
muy joven, como Gardel. En 1954 sólo tenía 46 años. Como el protagonista de
Charlemos, fue a su modo el cautivo de un sueño tan fugaz que no alcanzó a
vivirlo.