PASCUAL CONTURSI
Pascual Contursi
nació en Chivilcoy (provincia de Buenos Aires)
el
18 de noviembre de 1888 y falleció en el Hospicio de las Mercedes de Buenos Aires el 19 de mayo de 1932. Fue quien demostró que el tango podía ser cantado; Gardel creó la manera de cantarlo.
18 de noviembre de 1888 y falleció en el Hospicio de las Mercedes de Buenos Aires el 19 de mayo de 1932. Fue quien demostró que el tango podía ser cantado; Gardel creó la manera de cantarlo.
Guitarrero
y cantor de boliche, Contursi se instaló en Montevideo al promediar la segunda
década del siglo y se ganó allí honestamente la vida escribiendo letras para
tangos que carecían de ellas, cantándolas en los cabarets Royal Pigalle y
Moulin Rouge, a veces acompañado con su guitarra y otras por lo que a mano
viniera, y haciendo luego la que (pasando el platito, como quien dice). Logró
allí cierto renombre y músicos de aceptado prestigio no desdeñaban acompañarlo.
Así, el pianista Carlos Warren -figura notable del tango oriental- dijo que lo
había acompañado en su piano cuando estrenó los versos compuestos para el tango
Lita, de Samuel Castriota, titulado luego Mi noche triste, y lanzado a la fama
por Carlos Gardel y Manolita Poli.
Gardel
lo escuchó en la interpretación de esa quejumbre y resolvió que él también
podía gemirla, pero no en un cabaret, sino en un teatro (Gardel no era cantor
de palquitos, sino de escenario). Así lo hizo, venciendo la resistencia de su
socio artístico y manager José Razzano y las reticencias de Castriota. Lo llevó
luego al disco fonográfico, Poli lo cantó -por sugerencia de Gardel- en el
sainete Los dientes del perro, y hete allí a Contursi famoso y adinerado y al
tango iniciando con fortuna su avatar canoro.
Ya
metido en la farándula porteña, Contursi no tardó en hacerse sainetero
-profesión muy rentable en aquellos
años-, en tanto sus letras triunfaban en las gargantas de los actores y
de actrices, y del mismo Gardel, que era el único cantor de tangos disponible,
y, además, en cierne. Muchas páginas encantadoras de rústica belleza, de
candorosa ternura, llevaron entonces decididamente el tango de los pies a los
labios: Flor de fango, Ivette, Pobre paica (El motivo), De vuelta al bulín, Te
doy lo que tengo, Qué calamidad, Pobre corazón mío, Ventanita de arrabal, Qué
lindo es estar metido, Bandoneón arrabalero complicaron al tango con la pena de
amor (que no conocía), con la nostalgia (que desdeñaba), con la misericordia
(que no entraba en sus cálculos), y consumaron en sus entrañas todavía púberes
una formidable revolución ética y estética.
Leopoldo
Lugones rindió homenaje a Contursi nombrándolo en uno de sus romances, y él, en
tanto, siguió viviendo en clave de arrabalero, con su lengue al cuello, aunque
no anudado, sino suelto y asomando entre tímido y provocador debajo del saco.
Con la plata de la taquilla se hizo un par de viajes a París y del segundo
regresó con la sífilis -el sida de su tiempo, que había llevado en primera
clase- convertida en demencia. Gardel le tendió su mano amiga, mientras la
nieve caía mansamente sobre su ventana que daba al bulevar y Pascualito se
paseaba en palm-beach por la plaza de la Concorde.
Llegó
encerrado en un camarote y fue directo al loquero. Ninguno de sus amigos lo
olvidó porque en su vida sólo había suscitado cariño. El estudioso chivilcoyano
Gaspar Astarita le ha dedicado una monografía muy valiosa. Cuando hace unos
años dije, en una mesa redonda, que Contursi era un hito clavado en las altas
cumbres del tango para deslindar dos épocas y que existía claramente un tango
contursiano y un tango postcontursiano, el poeta Osvaldo Rossler acotó: Yo
nunca he oído hablar de eso. Creo que ahora son muchos los que lo han oído.