Anselmo Rosendo
Mendizábal
Anselmo
Rosendo Mendizábal nació en Buenos Aires el 21 de abril (día de San Anselmo) de
1868 y falleció en la misma ciudad el 30 de junio de 1913. Rosendo era el
nombre de su abuelo paterno.
Negro
(de color, como se dice eufemísticamente), pero de buena familia, era quien se
firmaría artísticamente A. Rosendo. Su padre, Horacio, fue poeta de libros
publicados (Primeros versos y Horas de meditación). Anselmo recibió, en 1875,
cuando sólo tenía 7 años de edad, una herencia de su abuela Margarita Hornos:
45.329 pesos que en 1878 era un capital apreciable, según anota el escribano
Juan Carlos Etcheverrigaray en un formidable trabajo de investigación que en
1970 comunicó a la Academia Porteña del Lunfardo.
No
cuesta mucho presumir que Mendizábal tenía el privilegiado oído que acreditan
tantos ilustres negros del tango, desde Casimiro a Joaquín Mora. No sabemos con
certeza si estudió técnica musical o si era orejero, como lo sería poco después
José Martínez (el autor de El pensamiento y de esa belleza que es Pablo), y
bastante más tarde Roberto Grela. Lo que sí se sabe es que de chiquilín andaba
tocando pianos en academias y casas de baile que no tenían clientela pareja:
algunas eran lo que hoy se dirían "rascas" , hechas a la medida del
sabalaje que las frecuentaba, y otras, como lo de Laura y lo de la Vasca, para
gente de "posibles". En esas cosas debió despilfarrar el negrito
Anselmo los pesos acumulados por su próvida abuela, si es que alguien no se los
había birlado antes de que llegara a la mayoría de edad. Tampoco puede saberse
cómo interpretaba sus tangos o los ajenos, porque no se conoce ningún registro
fonográfico de su arte, si bien para esos años otros tanguistas andaban ya
eternizando su música en discos y cilindros. Sin embargo, lo que cualquier
aficionado puede escuchar de Manuel Campoamor nos da una idea al respecto. Sin
duda, Anselmo era un jornalero de la música, pero un jornalero genial. Tocaba
su piano a destajo, y con su piano - como Arólas con su bandoneón, como el
mismísimo Bardi antes de que estudiara algo de teoría con el padre
Spadavecchia- creó una página inmortal, El entrerriano, de la que se dice, y
quizá sea verdad, que es el primer tango llevado a una partitura, y eso en 1897
o 1898.
Bien
es sabido que Ernesto Ponzio, es decir, el Pibe Ernesto, reivindicó la autoría
de aquella pieza, compuesta en lo de Laura, o en lo de la vasca, y dedicada al
caballero Ricardo Segovia, oriundo de la provincia de Entre Ríos. José Antonio
Saldías creyó en los dichos de Ponzio, pero supongo que lo cegó la amistad. En
cuanto concierne a la creación de A. Rosendo, ella no se confina en El
entrerriano, página de mención tan obligada cuando se habla de tango, como lo
son El choclo o La Cumparsita Casi todas sus obras, de cuya modernidad solía
admirarse el gran Sebastián Piana, han sucumbido a la implacabilidad de la
desmemoria humana. Las menos olvidadas son A la larga, Reina de Saba, Don
Padilla, Z Club, Polilla, Final de garufa, Don José María, Don Enrique, Don
Horacio, Don Santiago, Viento en popa, Tres Arroyos. Y las más olvidadas,
muchísimas otras.
Una
auscultación de los repertorios de las orquestas populares en la Guardia del
Cuarenta -cuyas discografías recopila, con tenacidad benedictina, S. Nicolás
Lefcovich- permite comprobar prima-facie que D' Arienzo, Troilo, Basso, Fresedo
(en 1944), Pugliese, Francini/Pontier, sólo se acordaron de El entrerriano; Di
Sarli, de Don José María, y los demás, ni de eso.
A
comienzos del siglo circulaba la expresión "el papá del...", que
significaba "el mejor del...", "el rey del". La casa
grabadora que editaba los discos de Villoldo dio en publicitar a su artista
como "el papá del tango", que era como decir "el rey del tango".
Algunos investigadores tomaron esa expresión al pie de la letra, interpretando
que el tango había sido inventado por el autor de El choclo. No obstante, antes
de que Villoldo (siete años mayor que Mendizábal) escribiera, en 1903, El
porteñito, "que sería su primera obra”, a juicio de un hombre tan
informado como Orlando Del Greco, A. Rosendo ya había compuesto, publicado y
difundido El entrerriano. Villoldo fue un gran compositor que, según escribió
Bates, monopolizaba el repertorio hasta que apareció Firpo. Sin embargo es
posible que si alguien hubiese mostrado a Mendizábal la publicidad de los
discos de Villoldo, el negro habría guiñado traviesamente un ojo diciendo: ¡A
papá con juego de alto!