Rosita
Montemar
Rosita
Montemar (Rosa Spruck de Bonomij) nació en Buenos Aires el 30 de abril y murió
allí mismo el 15 de febrero de 1976. Su nombre ha de decir muy poco a los
tangófilos de hoy; porque había actuado escasamente en la radio y dejaba sólo algunos
discos. Sin embargo, hay coleccionistas que atesoran su versión de Recuerdo, el
famoso tango de Osvaldo Pugliese al que puso versos Eduardo Moreno.
Sebastián
Piana me recordaba que fue Rosita Montemar quien impuso la primera de sus
milongas compuestas con Homero Manzi, la Milonga sentimental La había estrenado
un cuarteto integrado por Pepita Cantero, Rosita Contreras, y los actores
Casaravilla y García Ramos, en una revista ofrecida en el teatro
"Ideal" y allí había quedado la cosa. Luego la había cantado la gran
Mercedes Simone, pero sin lograr popularizarla. Fue por entonces cuando la
radio La Voz del Aire montó un espectáculo en el teatro "San Martín";
se presentaba una gran orquesta dirigida por Pedro Maffia con instrumentaciones
de quien fue notable musicólogo, Juan Francisco Giacobbe. Era 1932. Algunos
cantables estaban a cargo de Rosita Montemar, entre ellos la mencionada
milonga. Allí la impuso la joven cancionista. Maffia no grabó esa pieza; sólo
lo hizo con tres o cuatro de su cuñado Piana. De ellas, la memoria apenas
alcanza al tango No aflojes (con Mariano Balcarce), a la milonga Juan Manuel
(con Félix Gutiérrez), al vals Sombras porteñas (con Martín Podestá).
La
Simone grabó Milonga sentimental el 4 de octubre de 1932; Ada Falcón, el 12 de
diciembre, acompañada por Francisco Canaro, y Carlos Gardel, el 23 de enero de
1933. Poco más tarde, Rosita Montemar cantó tangos en el teatro Colón, donde en
1931, Libertad Lamarque, una jovencita de 22 años, había entonado Caminito y La
Cumparsita, cuando las damas de la Sociedad de Beneficencia organizaron un
concurso en aquel teatro. Maffia recordaba que se habían presentado tres
orquestas: la suya, la de Edgardo Donato y la de Francisco Lomuto. La suya
obtuvo el primer premio con Ventarrón, y Donato, el segundo, con El huracán, y
puntualizaba Maffia: «El tango no tenía letra, ya se llamaba Ventarrón. Después
le hice poner letra, que escribió Stafolani, a quien le di la idea del asunto.
Nosotros aparecíamos como fin de fiesta. Había otros números anteriores». Esa
fue la ocasión en que cantó Rosita.
Luego
se casó con un fuerte industrial y abandonó su carrera. Ni hablar de tangos, ni
hablar de teatros. Se había iniciado de chiquilina en la compañía de Angelina
Pagano y no le había ido mal. La conocí en casa de Rosita Quiroga, donde una
tarde de 1975 me confió muchos recuerdos que hoy son, diría Manzi, arena que la
vida se llevó. Era lo único que le quedaba de su pasado artístico: ni un disco,
ni un recorte de diario. Le propuse organizar un acto que fuera un poco un
homenaje, pero, sobre todo, un pretexto para que contara sus experiencias de
cancionista. La idea no le desagradó; sin embargo poco después me telefoneó y
me dijo: «Ves, eso de que hablamos no lo vamos a hacer. Le prometí a mi marido,
cuando me casé, no volver al escenario. Después de haber enviudado, volver,
aunque sea para contar cosas, me parecería una deslealtad». No insistí. Días
más tarde, en una librería de viejo, encontré la partitura del tango Chiche,
que había sido una de sus creaciones. En la portada lucía una foto de sus años
de estrella. Yo la había apartado para regalársela. Habría sido para ella,
quizá, el único recuerdo de su carrera de cancionista. No pudo ser. La muerte
vino de pronto, sin anunciarse. En todo caso, me quedará de recuerdo a mí, a mi
mujer y a mi hijo; un recuerdo de esa dama tan fina, tan amable, tan modesta y
también tan memoriosa que despertó en nosotros un afecto muy hondo, que más que
afecto era cariño.