Miguel
Caló
Miguel Caló y su Orquesta |
Miguel
Caló nació en el barrio de Balvanera,
en Buenos Aires, el 28 de octubre de 1907 y murió en la misma ciudad el 24 de
mayo de 1972. Era 7 años mayor que Aníbal Troilo. Cuando éste presentó su
orquesta en el "Marabú", el 1° de julio de 1937 (Orlando Goñi, Toto
Rodríguez, Roberto Gianitelli, Reynaldo Nichele, José Stillman, Pedro Sapochnik
y Juan Fassio, más Francisco Fiorentino), hacía cuatro años que Caló había
presentado su sexteto (el director, Pedro Sapochnik, Mario Sciarreta, Luis Brignenti,
Domingo Cuestas, Raúl Kaplún, más Carlos Dante). Además, tenía en su haber una
felicísima gira europea con la orquesta de Cátulo Castillo y había conocido
también los Estados Unidos como bandoneonista en el conjunto de Osvaldo
Fresedo.
La
performance de Miguel Caló es más simple que la de Troilo, quien fue un prisma
de tres caras igualmente brillantes: director, ejecutante y creador. Miguel
Caló no fue un virtuoso del bandoneón ni tuvo mayores tratos con la inspiración
musical. Fue un hombre de buen gusto -afinado, tal vez, cuando de chiquilín
integró la orquesta de Fresedo- lo bastante inteligente para captar lo que
traía de renovadora la guardia del cuarenta y lo bastante decidido para
enrolarse en ella. D' Arienzo había privilegiado el baile -que es la tercera
parte del tango-; De Caro pugnaba por privilegiar la música (que a lo más que
había llegado en sus manifestaciones audibles eran los tangos-fantasía de
Canaro y de Firpo) y el canto había quedado huérfano al callar para siempre la
voz de Gardel.
La
guardia del cuarenta logró el equilibrio del baile, canto y música y tal vez
haya sido Caló quien más plenamente lo alcanzó. No era un virtuoso como Troilo,
pero dio en su orquesta lugar a los virtuosos (Francini, Maderna); buscó la
adhesión de los bailarines, pero no descuidó el canto. Pasó, en efecto, por su
orquesta, en los tramos iniciales, uno de los mayores cantores de siempre,
Carlos Dante; fabricó un cantor muy estimable, Raúl Iriarte (no importa si en
la fabricación tuvo un papel preponderante Francini); se valió de Alberto
Podestá, que estaba en el esplendor de su juventud, e inclusive la renuencia a
incorporar a Raúl Berón -en quien no encontraba el refinamiento que buscaba-
muestra su atención a lo que en esa época constituía el elemento
primordialísimo de la orquesta: la voz. La atracción del tango cantado era tal
que, como es bien sabido, los bailarines detenían la danza para escuchar a
jovencitos de óptima voz y afinado buen decir, que dominaban el arte sutilísimo
(que ni a Pavarotti le ha sido dado) de romper corazones sin romper tímpanos.
En
cuanto a la música, el experto Oscar D' Angelo señala que entre los años 1938 y
1940, Caló fue incorporando en su orquesta jóvenes y estudiosos músicos
-algunos de ellos, del interior del país-, los que aportaron nuevas ideas
musicales y mucho talento y le dieron nueva fisonomía y una gran personalidad. Enrique
Mario Francini, Armando Pontier, y es repetir el eslogan La orquesta de las
estrellas, más no debería omitirse a Argentino Galván, el primer arreglador que
embelleció el sonido del conjunto, ni a Raúl Kaplún, las cuerdas de cuyo violín
acunaron la guardia naciente. Caló los concertaba con gran autoridad. Quizá no
supiera bien qué quería de ellos, pero tenía muy en claro qué no quería. Hizo,
sin duda, música comercial, es decir, principalmente taquillera. Pero no actuó
al nivel de la taquilla -como, a veces, tal vez no demasiadas, hizo D'
Arienzo-; más bien buscó elevar a la taquilla al nivel de su buen gusto
indiscutible, más allá de que fuera un intuitivo o un estudioso.