Ciriaco Ortiz
Ángel
Ciriaco Ortiz nació en Córdoba el 5 de agosto de 1905 y murió en Buenos Aires
el 9 de julio de 1970. Con mejor derecho que de Malena podría decirse de
Ciriaquito que sus venas tenían sangre de bandoneón, pues su padre era un
consumado ejecutante de ese instrumento, y a fines del siglo 19. Aquel Ciriaco
legendario fue el maestro de Ciriaquito.
No
tenía 20 años el morochito cuando emigró a Buenos Aires, persuadido por el
pianista Nicolás Vaccaro, autor de Barajando, de que en la capital le esperaba
su destino. Pronto halló conchabo en la orquesta de Juan Carlos Bazán, y de
allí en más hizo el camino de todos los músicos de tango, camino lleno de
meandros, de recodos y de ritornelos. Su fama de bandoneonista fue creciendo a
la par que la de sus chistes y chascarrillos, que parecen ser lo más recordado
de sus andares y quedares. Felizmente, el fraseo moroso y coloquial que
cultivaba, chamuyeta y querendón, como de tardecita provinciana bajo la parra
hospitalaria, perdura en grabaciones encantadoras. ¡Qué macana habría sido que
Ciriaquito naciera antes que Edison! Pero no; tuvo la precaución de comenzar a
grabar sus discos -el 15 de setiembre de 1929, para más señas-, cuando el sabio
ya había perfeccionado el gramófono. Formó para ello un trío con los
guitarristas Vicente Spina (autor de el vals Tu olvido) y Ramón Andrés
Menéndez. Para entonces ya había fraseado en la orquesta de Roberto Firpo e
inclusive había formado un pequeño conjunto en el que tenía de ladero a Luis
Petrucelli, alejado del sexteto de Julio De Caro, donde lo reemplazaría Pedro
Laurenz.
En
el después de aquel momento cenital -el de la formación del trío-, cabe una
fecunda estada en la orquesta de Francisco Canaro, su actuación en el sexteto
Vardaro-Pugliese, su desempeño en el Quinteto de Ases, diseñado por Homero
Manzi (cuatro fueyes: Maffia, Marcucci, Laurenz, Ciriaquito; un piano: Piana),
y en el Trío Número Uno de Radio El Mundo, junto a Cobián y a Cayetano Puglisi,
y en el quinteto Los Virtuosos (Marcucci, Julio y Francisco De Caro, Elvino
Vardaro). Además deben contarse la música que puso a los alejandrinos de
dieciséis que le dio Celedonio Flores con el título Atenti, Pebeta, tango que
difundió Alberto Gómez (1929), y algunas otras. Su cursas musicus es
extensísimo. Fueron 40 años de trajinar con las botoneras en ambas márgenes del
Plata, y también muy lejos del estuario color de león, de inventar chistes y de
ejercer con virtuosismo inigualado el arte de hacerse querer.
Mi
memoria rescata un reportaje que alguna vez le hice para una revista porteña. Yo
lo había descubierto cuando modulaba con su bandoneón sin segundo, como
silabeando la letra de Mano a mano, sentadito al frente de una orquesta muy
numerosa dirigida por Marianito Mores (años 50, teatro que se llamaba por
entonces "Enrique Santos Discépolo"), ciertas noches de "El
Viejo Almacén", donde disfruté la hospitalidad del gran Edmundo Rivero (y
espero no haber abusado de ella), cuando su fueye le chamuyaba no sé qué cosas
rantifusas a la guitarra de Edmundo Zaldívar... Bella alucinación la que me lo
presenta ahora, desovillando con su derecha la melodía inefable de Los pájaros
perdidos, mientras Astor se esfuerza en vano por enredarlo en los acordes
endiablados que teje su izquierda entre traviesa e insurgente... Quizás alguna
vez -si, como escribió Julián, hay un mundo pa' los que se piantan- el buen
Dios me dé el gusto de ese concierto que sólo su omnipotencia podría hacer
posible.