Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi

Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi
Tango, Radio y más Historias, blog distinguido por su aporte a la difusión del Tango, sus autores e intérpretes.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Julio Sosa biografía - 23 de septiembre de 2021 -




Julio Sosa
Julio María Sosa Venturini nació en Las   Piedras   (Departamento   de Canelones, Uruguay) el 2 de febrero de 1926 y murió en Buenos Aires, en un accidente automovilístico, el 26 de noviembre de 1964.
En 1963, un año antes de morir, declaraba Julio Sosa: La esencia porteño, es la misma ahora que la de 1935-1947, época dorada del tango. Esa época me provee de temas insuperables para integrar mi repertorio. No han perdido actualidad. No carecía de razón, pero pudo haberse remontado un poco más en el tiempo, porque, entre los últimos tangos que grabó, los hay anteriores.
No desdeñó, sin embargo, los más modernos -El último café. Qué folia que me haces-, dichos con la misma convicción que lucía en Contramarco.
De chiquilín no miraba de afuera el cafetín montevideano "Luces de Canelón Chico". Allí debutó, como aficionado y espontáneo, hacia 1942. Lo oyeron Hugo Di Cario y Luis Caruso, lo probaron, lo aceptaron, lo incorporaron en sus conjuntos. En junio de 1948 pisó por vez primera un estudio de grabación (Sondor, de Montevideo) y grabó cinco composiciones con Luis Caruso, entre ellas Sur, que Edmundo Rivero acababa de estrenar en el Tibidabo". En 1949 se vino a Buenos Aires, y no es que hubiera desembarcado con el pie derecho, sino que tenía la garganta fresca, el oído fiel y un acento varonil no muy frecuente. Por eso, en agosto del año siguiente, comenzó a grabar con una de las orquestas más conspicuas de aquellos años, la de Francini-Pontier. Debutó cantando un vals sentimental, en dúo con Alberto Podestá, pero poco a poco se largó solo con El ciruja, Dicen que dicen, Por seguidora y por fiel Viejo smocking y Olvidao y ascendió vertiginosamente a la cumbre del ranking. Ya estaba en el estrellato y en camino hacia el idolato (si se permite aquí la inauguración de este neologismo), donde sólo tenían cabida Gardel, Corsini y Magaldi.
Pasó después a la orquesta de Francisco Rotundo y es de esa etapa que le viene la designación comercial El varón del tango (nadie debería interpretarla en desmedro de la virilidad de los otros intérpretes). Retornó entonces algunos éxitos de Agustín Magaldi, que le caían muy bien (Levanta la frente, Dios te salve, m'hijo), a los que agregó, ya con la orquesta de Armando Pontier, Llorando la. carta. Con esa orquesta dejó una versión memorable de Margo y otras de El rosal de los cerros y Brindis de sangre, muy logradas pero incapaces de hacer olvidar las creaciones fabulosas de Azucena Maizani.
La postrera etapa de su carrera comprende los dos años que cantó acompañado por la orquesta de Leopoldo Federico, asociación artística entre un cantor rigurosamente popular y un músico orientado hacia el virtuosismo. Sosa fue adoptando cierto aire sobrador, que encantaba a su público juvenil.
Por entonces no pocos jóvenes y adolescentes repartían sus preferencias sabadeñas entre él y Palito Ortega. Sin duda, Federico se adecuó más a Sosa que éste a aquél, pero uno y otro dieron en el gusto del público y con ellos el tango recobró las últimas adhesiones multitudinarias con las que se había beneficiado durante los años cuarenta.
La muerte interrumpió aquella experiencia tan positiva para el tango. Ella instaló definitivamente a Sosa en el idolato. Se habló, entonces, de una conjura (¿de quién, por Dios?), pero el juez de la causa, el doctor Jorge V. Quiroga (víctima, él sí, diez años más tarde, de las balas asesinas disparadas por el terror), desestimó tal versión: nadie lo había chocado cuando conducía a cien kilómetros por hora: se encontró con un semáforo y se estrelló contra la verja de una finca. Tenía 38 años. Lo último que había cantado profesionalmente (LR4 Radio Splendid, con Leopoldo Federico) había sido La gayola:
" Pa' que no me falten flores cuando esté dentro 'el cajón". 
No le faltaron.
Hoy, a treinta años largos de su muerte, Julio Sosa tiene millones de admiradores, que recuerdan inclusive su más bien olvidable libro de poemas, Dos horas antes del alba. Nada le fue regalado; todo lo conquistó con el supremo talento que consiste en hacer lo que se sabe hacer al modo que se sabe. Los tangueros uruguayos hallaron, por fin, un ídolo. Bien ganado se lo tienen.

Fuente: Mujeres y Hombres que hicieron el Tango. Por José Gobello