martes, 13 de enero de 2015

 





ALFREDO GOBBI

Alfredo Julio Floro Gobbi nació en París (donde sus padres, Alfredo Eusebio y Flora Rodríguez, triunfaban en el varieté) el 14 de mayo de 1912 y murió en Buenos Aires el 21 de mayo de 1965. Se lo llamó el violín romántico del tango, pero era también un finísimo pianista.

De niño, mientras estudiaba armonio y enseguida violín, Alfredo Gobbi fue vecino de Villa Ortúzar. No era sino un adolescente cuando, con su amigo Orlando Goñi, completó un conjunto con el bandoneonista Domingo Triguero. El debut fue en un bar de Chacarita. Pronto se lo vio en la orquesta que Alberto Lozzi conducía en el teatro "Nuevo" y poco después tañó un violín corneta en el cuarteto de Alfonso Lacueva. De conjunto en conjunto, de café en café, como todos los músicos de tango, estuvo con Roberto Firpo, con Juan Maglio, en la orquesta de Vardaro-Pugliese (junto a Ciriaco Ortiz y Aníbal Troilo). Esto ocurrió en 1931 y es desde entonces su tango Cavilando, que continuaba una nómina valiosa de composiciones muy personales: Perro fiel (1926), Muguette (1927), Desvelos (1928), De punta y hacha (1930). Y continuó de conjunto en conjunto. En 1935 hizo una escala en la orquesta de Pedro Laurenz y allí estaba ejecutando su violín cuando llegó la noticia de la muerte de Gardel. Siguió con Joaquín Do Reyes y con Armando Baliotti y, en 1942, de paso en Montevideo, sumó su violín a un grupo más o menos efímero que lideraba desde el podio -si lo había- Pintín Castellanos. (Recuerda Horacio Loriente que el cantor de la orquesta era Eduardo Ruiz, a quien Ricardo Tanturi rebautizó Enrique Campos dos años más tarde).

El 21 de octubre de 1942, cuando presentó su orquesta en la boîte "Sans Souci”, Gobbi llevaba quince años de trajines tangueros. La vida le ponía por delante otros veinte, para enriquecer a la música porteña y convertir en fama su creciente nombradía. Tuvo que zapar durante tres años antes de que la radio El Mundo le abriera las puertas y otros dos más para que se le abriera la empresa grabadora. Para ella -la Víctor- grabó 76 composiciones, a las que agregó otra media docena para el sello Orfeo.

En su Historia de la Orquesta Típica, a Luis Adolfo Sierra no le fue fácil caracterizar la orquesta de Gobbi. El mismo eminente tangólogo lo reconoció: La creciente contribución de Gobbi a la estilística del tango encierra ese algo tan suyo y tan difícil de definir; ese algo de De Caro, ese algo de Di Sarli (que tampoco es la refundición de dos tendencias tan dispares); es decir, ese algo que no puede traducirse más que en la sonora belleza de su orquesta. Gobbi no sólo concebía -como Fresedo, como Troilo- hasta en sus matices más sutiles el tango que quería ofrecer, dejándole al arreglador la mera faena de traducir esos matices en signos convencionales. Gobbi era su propio arreglador de modo que reunía así tres de los cuatro elementos que integran una versión tanguera: arreglo, dirección, interpretación instrumental. Y en ocasiones tan memorables como las ofrecidas por Orlando Goñi (1949), El andariego (1951, dedicado a su padre), Camandulaje (1955), también la autoría.

Su violín, que no menospreció el virtuosismo ni se desvivió por lograrlo, no era, ciertamente, la medida de sus versiones. Buscó lo que, con relación a Fresedo, hube de llamar el sonido global. Su orquesta, no más numerosa que las habituales, sonaba a gran orquesta y el oído menos entrenado lo percibe en sus grabaciones, que no han envejecido. Troilo le dedicó uno de sus dos tangos más entrañables, Milonguero triste (el otro es Responso); Eduardo Rovira, El engobbiado y Astor Piazzolla pintó a su modo un Retrato de Alfredo Gobbi. Murió demasiado joven, justo cuando el tango romántico se estaba extinguiendo. El rock y el tango estresado de la megalópolis porteña (la vanguardia, le dicen) apenas habían dejado el biberón.