martes, 15 de abril de 2014

Héctor Mauré - Biografía - 15 de abril de 2014

                                                    Héctor Mauré
Héctor Mauré -por vero nombre Vicente José Falivene- nació el 13 de marzo de 1920 y murió en su casa de Ituzaingó  (provincia de Buenos  Aires)   el   12   de   mayo   de 1976. No habían pasado veinte años desde su muerte cuando, con laboriosidad y talento, Eduardo Visconti le   dedicó   un   minucioso   estudio biográfico.
A los 18 años ganó un concurso radiofónico y se convirtió en cantor nacional con contrato y todo. Era corpulento, se había animado al pugilismo y emitía la voz que su contextura y sus antecedentes prometían. Pero además tenía escuela, mucha escuela, mucho estudio, y muy buen gusto. Juan D' Arienzo le echó el ojo y se lo llevó a su orquesta en reemplazo de Carlos Casares. Debutó en el "Chantecler" (Paraná 440), rebautizado Héctor Mauré. El 12 de diciembre de 1940 grabó su primera composición con la orquesta de quien ya era El Rey del Compás, un vals firmado por Juan Carlos Graviz y titulado Flor del mal. Le siguieron otras 49 y el 21 de setiembre de 1944 dio por finalizada esa etapa de su vida. Visconti reproduce una nota de la revista Cantando, donde puede encontrarse la clave de la carrera de Mauré. El autor, Jorge Tobar, relata: «-Mira, Juan: yo deseo cantar a mi estilo... Desearía no ser más chansonnier-. Y con estas palabras amistosas se separó de D'Arienzo, que fue el primero en aplaudir a su cantor».
Leo estas precisiones del cronista y me acuerdo de Fiore. No sé si éste abandonó a Trono en busca de su propio destino. Si así hubiese sido, se habría equivocado, porque Fiore, con su voz y su manera de decir (que el lector puede llamar fraseo, si lo prefiere), estaba hecho a la medida de la orquesta de Pichuco, Marino y Rivero excedían esa medida. Floreal pudo ser un cantor exento -es decir, no pegado a orquesta alguna-, pero logró sus grandes éxitos con Troilo, con Rotundo, con Basso. Ser cantor exento no supone una jerarquía artística superior a la de chansonnier. Son legión los cantores exentos que no produjeron ninguna interpretación comparable a la que hizo Florentino de Pa que bailen los muchachos, o No te apures, Carablanca.
Cada uno tiene sus propias dotes, su carma, dirían los hindúes; su carisma, decimos los católicos. Mauré atendió el suyo y tuvo todo el éxito esperable de la situación que el tango confrontaba entonces. En la época de los cabarés, de las orquestas modernas, que tocaban sobre los arreglos de Galván, de Piazzolla, de Artola; cuando los chansonnier que cambiaban de estado artístico se rodeaban de músicos bien dirigidos y de arregladores estudiosos, Mauré, si bien se valió de un bandoneonista de buena performance (Alberto Cima, que en 1929 había estado en Europa con la orquesta de Cátulo Castillo), volvió a las guitarras del tango gardeliano, como quien vuelve a las fuentes del canto. Hemos creado con Cima esta orquesta para traer una nueva expresión del tango... Pero entiéndase bien, sin que el tango deje de ser tango, dijo. De nuevo la tanguedad... Este, empero, es un concepto ontológico, que tal vez no pueda ser resuelto por una orquesta. Lo que aportaba Mauré a esa renovación del tango era una voz poderosa y viril, un acento másculo, una escuela de cantor poco menos que imperfectible, el dominio de los matices, el tesoro de una musicalidad envidiable. Con ese bagaje nada desdeñable marchó hacia su destino. Como Gardel, debió luchar contra un físico rebelde y a juzgar por lo que afirma Visconti -el exceso de cigarrillo le produjo una angina de pecho- equivocó la estrategia. De todos modos, fue lo que quiso ser, sólo que a él le costó más que a otros.

Felizmente Mauré grabó mucho. Y se lo escuchará siempre, porque cada uno de sus discos es una escuela de canto. Los tangueros del año 2020 los escucharán con devoción; con la misma devoción con que los escuchamos ahora quienes sabemos que, si la tanguedad es algo muy complejo, el Maurerismo es uno de sus ingredientes. Si alguno se preguntase, entonces, « ¿Quién fue este Mauré que todo lo cantaba bien?», el libro de Visconti le dará la mejor respuesta.