lunes, 10 de febrero de 2014

Beba Bidart - Biografía - 10 de febrero de 2014




Beba Bidart
Eliane Rene Schianni Bidart nació en Buenos Aires el 3 de abril de 1924 y murió en la misma ciudad el 27 de agosto de 1994. Tres años antes de su muerte, la Asociación Argentina de Intérpretes, con las firmas de Leopoldo Federico y Horacio Malvicino, felicitaba calurosamente a la Academia Porteña del Lunfardo por haberla designado Académica de Número. Ocupó allí el sillón "Juan Francisco Palermo", dejado por la poeta Nyda Cuniberti cuando pasó a emérita. Agradézcales profundamente el honor -había escrito al presidente de la institución, que lo era Sebastián Piana-, aunque mis condiciones son un tanto limitadas.
Nadie es exactamente lo que cree ser; en realidad, somos lo que hemos hecho. Beba Bidart había hecho mucho. Escolar en el famoso "Teatro Infantil Labardén", corista en el "Casino", vedete en el "Maipo", estrella en la tevé, cantante y bailarina de tangos, inventora y animadora de Taconeando, una suerte de pendant de El Viejo Almacén, donde los parroquianos podían bailar con ella y fotografiarse en plena danza; mujer cabal que comprendió como el más bello destino de las mujeres es la maternidad y adoptó a un niño -en los bellos días en que a nadie atormentaba el tema de la identidad, porque, al fin y al cabo, no somos nuestros genes sino nuestras obras- y entregó su corazón ardoroso a amores imposibles (el único amor imposible es el que no se merece). Ni su carrera ni su arte fueron muy distintos a los de otras vedetes, salvo, tal vez, por su modestia y por el respeto a sí misma: -Bailo con usted, señor presidente, le dijo a Menem, pero le aclaro que lo hago como radical. Sin embargo, siendo igual a tantas otras artistas, se levantó sobre la línea del horizonte como un símbolo. Esta muchacha querendona y de aire doméstico llevaba puesta la personalidad como una aureola y como un podio. Jorge Góttling la retrató bellamente: La Beba es la versión de la Bardot de nuestro mundo. Fue la mina del enorme ratoneo. El deseo estaba puesto también en la lícita envidia o admiración de millones de mujeres con ruleros y batones, para las cuales significaba una suerte de vocera de sus cerradas proyecciones, una reivindicación de ciclos de vida cerrados nada más que en la imaginación. Ese hijo, morocho, y sonriente, y compañero, que no necesitaba versión genética alguna para ser el hijo de Beba, puede dar cumplida cuenta de que su mamá siempre pasó en Buenos Aires como si no hubiera salido de la calle Quito.
El 5 de noviembre de 1991 le telefoneé pidiéndole que me dictara sus datos civiles, pues los necesitaba para su ficha académica. Me cantó el día de su nacimiento con toda naturalidad. Tomé coraje y le pregunté: ¿Puedo poner Schianni Bidart de Ximénez? Yo sabía que se había reencontrado con Roberto Ximénez, su primer novio, bailarín mexicano a quien había visto yo (y supongo que ella también), por los años cincuenta, bailando en el "Avenida" con la compañía de Pilar López. Todavía no -me respondió-, pero espero que pronto sí, y fue como si el teléfono además de su voz me trajera su sonrisa. No pudo ser, y murió sólita y su alma, de pronto, en una madrugada infausta. Al atardecer de aquel 27 de agosto yo estaba en Morón. Me disponía a hablar sobre La justicia en las letras de los tangos, cuando me trajeron, al mismo tiempo, la noticia de la muerte de Beba y de la de Roberto Goyeneche, a quien casi simultáneamente se le había cortado también el piolín de su barrilete de sueños. Recordé un poema de Rimbaud, “París se repeuple” y lo traduje al revés: Buenos Aires se despuebla.