Beba
Bidart
Eliane
Rene Schianni Bidart nació en Buenos Aires el 3 de abril de 1924 y murió en la
misma ciudad el 27 de agosto de 1994. Tres años antes de su muerte, la
Asociación Argentina de Intérpretes, con las firmas de Leopoldo Federico y
Horacio Malvicino, felicitaba calurosamente a la Academia Porteña del Lunfardo
por haberla designado Académica de Número. Ocupó allí el sillón "Juan
Francisco Palermo", dejado por la poeta Nyda Cuniberti cuando pasó a
emérita. Agradézcales profundamente el honor -había escrito al presidente de la
institución, que lo era Sebastián Piana-, aunque mis condiciones son un tanto
limitadas.
Nadie
es exactamente lo que cree ser; en realidad, somos lo que hemos hecho. Beba
Bidart había hecho mucho. Escolar en el famoso "Teatro Infantil
Labardén", corista en el "Casino", vedete en el
"Maipo", estrella en la tevé, cantante y bailarina de tangos, inventora
y animadora de Taconeando, una suerte de pendant de El Viejo Almacén, donde los
parroquianos podían bailar con ella y fotografiarse en plena danza; mujer cabal
que comprendió como el más bello destino de las mujeres es la maternidad y
adoptó a un niño -en los bellos días en que a nadie atormentaba el tema de la
identidad, porque, al fin y al cabo, no somos nuestros genes sino nuestras
obras- y entregó su corazón ardoroso a amores imposibles (el único amor
imposible es el que no se merece). Ni su carrera ni su arte fueron muy
distintos a los de otras vedetes, salvo, tal vez, por su modestia y por el
respeto a sí misma: -Bailo con usted, señor presidente, le dijo a Menem, pero
le aclaro que lo hago como radical. Sin embargo, siendo igual a tantas otras
artistas, se levantó sobre la línea del horizonte como un símbolo. Esta
muchacha querendona y de aire doméstico llevaba puesta la personalidad como una
aureola y como un podio. Jorge Góttling la retrató bellamente: La Beba es la
versión de la Bardot de nuestro mundo. Fue la mina del enorme ratoneo. El deseo
estaba puesto también en la lícita envidia o admiración de millones de mujeres
con ruleros y batones, para las cuales significaba una suerte de vocera de sus
cerradas proyecciones, una reivindicación de ciclos de vida cerrados nada más
que en la imaginación. Ese hijo, morocho, y sonriente, y compañero, que no
necesitaba versión genética alguna para ser el hijo de Beba, puede dar cumplida
cuenta de que su mamá siempre pasó en Buenos Aires como si no hubiera salido de
la calle Quito.
El
5 de noviembre de 1991 le telefoneé pidiéndole que me dictara sus datos
civiles, pues los necesitaba para su ficha académica. Me cantó el día de su
nacimiento con toda naturalidad. Tomé coraje y le pregunté: ¿Puedo poner Schianni
Bidart de Ximénez? Yo sabía que se había reencontrado con Roberto Ximénez, su
primer novio, bailarín mexicano a quien había visto yo (y supongo que ella
también), por los años cincuenta, bailando en el "Avenida" con la
compañía de Pilar López. Todavía no -me respondió-, pero espero que pronto sí,
y fue como si el teléfono además de su voz me trajera su sonrisa. No pudo ser,
y murió sólita y su alma, de pronto, en una madrugada infausta. Al atardecer de
aquel 27 de agosto yo estaba en Morón. Me disponía a hablar sobre La justicia
en las letras de los tangos, cuando me trajeron, al mismo tiempo, la noticia de
la muerte de Beba y de la de Roberto Goyeneche, a quien casi simultáneamente se
le había cortado también el piolín de su barrilete de sueños. Recordé un poema
de Rimbaud, “París se repeuple” y lo traduje al revés: Buenos Aires se
despuebla.