Floreal Ruiz
Ruiz nació en el barrio de Flores, en
Buenos Aires, el 29 de marzo de 1916 y murió relativamente joven, a los 62
años, el 17 de abril de 1978. Su nombre es el del octavo mes del calendario
creado por la Revolución Francesa y corresponde a los días primaverales que
corren entre el 20 de abril y el 19 de mayo. El Tata, que así lo llamaban;
aunque fuera más joven que Edmundo Rivero y que Enrique Campos, sus colegas en
las orquestas de Troilo y de Rotundo, no nació en Floreal, sino en Germinal, que
es más perfumado.
En octubre de 1944, cuando lo convocó
Pichuco para cubrir la vacante de Fiorentino, Floreal era un cantor exitoso. Dejando
de lado su prehistoria, debe recordarse que había cantado con Alfredo De
Angelis, desde que éste debutó en el "Marabú”, en setiembre de 1940, y que
había grabado con ese conjunto y recibido aplausos sin tasa en presentaciones
del Glostora Tango Club. Su estada con Troilo -del "Marabú" al
"Tibidabo", como quien dice- se prolongó entre 1944 y 1949. Omar
Regalía anotó prolijamente en uno de sus trabajos: desde su primera grabación,
Marioneta (6 de octubre de 1944), hasta Lagrimitas de mi corazón, en dúo con
Edmundo Rivero (8 de julio de 1948), sus versiones fonográficas fueron 31.
En 1949, el Tata, que había cambiado
el "Marabú" por el "Tibidabo", cambió el 'Tibidabo"
por "La Enramada". En ese local tocaba entonces la orquesta del
uruguayo Francisco Rotundo, esposo de la ex cancionista y a la sazón senadora
nacional Juana Larrauri. Rotundo tentó a Floreal con una oferta suculenta:
2.500 pesos mensuales, frente a los 700 que le pagaba Troilo. « ¿Por qué Pancho
no me lleva a mí?», masculló Pichuco cuando su cantor le avisó que lo dejaría
amurado, como en un tango de Contursi. Troilo llevó para reemplazarlo a Aldo
Calderón, que recorrió el camino inverso: del sombrío Palermo a la luminosa
Corrientes. Con Rotundo, Floreal hizo una buena campaña. Su aporte y el de
otras estrellas -Campos, (Carlos Roldán, y
Julio Sosa- convirtieron la de Rotundo en una orquesta muy solicitada en
locales como "El Nacional" y el "Richmond" de Suipacha. Más
de veinte versiones jalonan el paso de Floreal por esa orquesta; entre ellas,
la logradísima de Melenita de oro.
La caída de Perón significó para
Rotundo más o menos lo que el triunfo de Perón había significado para Libertad
Lamarque. Los regímenes cambian, las ideologías caducan, pero la discriminación
política parece ser siempre una constante en la Argentina. Floreal pasó
entonces a la orquesta de José Basso, que tallaba fuerte. De su presencia
quedan testimonios como su tercera versión de Marioneta y Bailemos, el
afortunadísimo tango de Pascual Mamone. Estuvo con Basso hasta 1964. Comenzó
luego su carrera de solista, que fue también muy fecunda. Su prestigio y su
carisma habían ganado con los años y el disco no le fue esquivo. Grabó todavía
treinta y seis composiciones, más otras tres -las últimas: Sur, Toda mi vida y
Una canción-, acompañado por Raúl Garello en un disco de homenaje a Troilo.
Luego, la afección a las vías respiratorias, el paro cardíaco y el silencio.
El erudito Néstor Scalone, que
además, canta, considera al Tata algo así como el paradigma del fraseador. La
palabra fraseo está incorporada en la literatura tanguera. Según la Real
Academia el fraseo es el arte de formar, enunciar y entonar las frases. En
términos tangueros sería, como anota Ferrer, la «manera peculiar que cada
intérprete vocal o instrumental acusa para dividir rítmicamente la frase
musical». Rivero, en su estudio sobre el canto de Gardel, dice que el fraseo
trata de expresar con propiedad el verdadero sentido de las palabras y su
música. Si el fraseo fuera el modo de cantar, diríamos que en Campos era
cansino; en Julio Sosa, enérgico, en Rivero, viril; en Charlo, melodioso; en
Marino, lírico; en Berón, porteño y esquinero. Pero si el fraseo es el arte de
interpretar las frases poéticas con dicción perfecta, que las haga
inteligibles, y con un tempo ajustado a su índole, la gran maestra del fraseo
fue Mercedes Simone. Floreal fue un cantor que entendía lo que cantaba y
expresaba lo que entendía. En ese sentido fue, indudablemente, un óptimo
fraseador, y hace bien Scalone en destacarlo.