miércoles, 15 de enero de 2014

Alfredo Bevilacqua - Biografía - 15 de enero de 2014




                                                    ALFREDO BEVILACQUA
Alfredo Alberto Bevilacqua nació en Buenos Aires el 20 de febrero de 1874 y murió en la misma ciudad el 1 de julio de 1942. Fue el primer tratadista del tango, el primero que lo definió y lo describió con lenguaje técnico musical.
El 1° de agosto de 1934 Bevilacqua narró su vida a Luis Héctor Bates, frente al micrófono de radio Stentor. Tenía entonces sesenta años y recordó que a los catorce se había conchabado en un corralón de maderas y luego en una casa mayorista, pero sin dejar de concurrir a la escuela y sumando a sus estudios los de piano. También aprendió y ejerció la profesión de afinador. A los 19 años compuso unos tanguitos que entregó al maestro Ricco y éste los hizo conocer en los bailes carnavalescos del teatro "Victoria". En 1895 ya estaba animando las tenidas de "El Pasatiempo". En 1902, Ortelli Hnos. le publicaron su tango Venus.
El tratado de Bevilacqua carece de fecha y lugar de impresión, pero no puede ser anterior a 1914, año en que dedicó al gran jockey Mingo Torterolo su tango Gran Muñeca. La nómina de los tangos de Bevilacqua que aparece en dicha publicación es la siguiente: Venus, Apolo, Recuerdos de la pampa, Cabo cuarto, Minguito, Minguito II (a cuatro manos), El fogón, El orillero, La criolla (con letra), Improvisación, El Popular, Independencia, Emancipación, Marconi, Gran muñeca, Primera Junta, Monterrey, Expresión criolla, Reconquista. Luego, naturalmente, continuó componiendo; Bates cita Brisas del sur, de 1933. Sería imperdonable omitir que Independencia fue escrito para el Centenario, en cuyos festejos lo ejecutó la banda del autor sobre la avenida de Mayo, y que Emancipación fue compuesto para el centenario chileno y fechado el 18 de setiembre de 1910.
La obra técnica de Bevilacqua mereció de Bates apenas una cita fugaz. A otros investigadores no les ha merecido ni eso. En su interesante Evocación del tango, Juan Silbido (Emilio Vattuone) lo describe, en cambio, con minuciosidad de bibliógrafo. El músico Mario Valdéz ha tenido la amabilidad de analizarla, a mi pedido y para esta colección. El volumen de Bevilacqua se titula Escuela de Tango -Tratado teórico práctico en español, francés e italiano, y está dedicado al Jockey Club, progresista institución, el más alto exponente de la sociabilidad argentina. Valdéz señala que el método apareció cuando el tango se había impuesto en el extranjero como tango argentino, y así aparecía designado por las editoriales extranjeras que promovían a sus compositores. Para Bevilacqua, la esencia del tango estriba en el ritmo, en Vanamente. Considera que para ser un buen tanguista es necesario ser un buen tiempista, dominar el tiempo. El del tango deber ser algo menos movido que el del Schottish, equivalente a 72 negras por minuto en la medición metronómica. Propone dividir e 12/4 (dos cuartos de redonda, vulgarmente 2x4) en cuatro tiempos o pulsaciones y abunda en indicaciones de las que se desprende que un tango no debe ser ejecutado académicamente, sino tanguísticamente.
En la segunda parte -dice Valdéz-, Bevilacqua presenta estudios progresivos, algunos totalmente digitados (anticipándose a Fulvio Salamanca, quien, como es sabido, digitaba las octavas en sus famosas versiones con D' Arienzo) para la figuración del acompañamiento, que debe obedecer al ritmo de la parte cantable.

Como se ve, Bevilacqua militaba en lo que podríamos llamar el purismo tanguero. ¿Cómo confinar, en sus rígidos conceptos, se pregunta uno, estilos tan diversos como el de Salgan y el de Demare, el de Francisco De Caro y el de Pugliese? Nada debe juzgarse fuera de su contexto histórico. El tratado de Bevilacqua no estaba destinado a cortar las alas de nadie, ni siquiera las de Colángelo y Berlingieri. Sostenía que el tango se caracteriza por la originalidad de sus figuraciones y se proponía ofrecer a los tanguistas foráneos y a los vanguardistas argentinos (en 1914 los solos de piano de Firpo, alumno de Bevilacqua, ya eran vanguardistas) un punto de partida para las elaboraciones de su genialidad; de ningún modo, un punto de llegada.