sábado, 2 de noviembre de 2013

Eduardo Rovira - Biografía - 2 de noviembre de 2013


                                                        Eduardo Rovira
Eduardo Rovira nació en La Plata el 30 abril de 1925 y murió en la misma ciudad el 29 de julio de 1980. En 1969 declaró: «A mí me interesa llegar a la esencia del tango, a los enlaces armónicos, a la variación de los ritmos, al desarrollo de las frases». Buscó la esencia por el camino de la música, pero muchos caminos llevan a Roma.
Salgan, Piazzolla y Rovira son los caudillos de la cruzada renovadora del tango, iniciada por el tiempo en que Julio De Caro disolvió su orquesta y el ímpetu de los cuarenta se había agotado. Los tres se arrimaron, en incursiones audaces y felices, a la gran música de escuela, pero nunca se fueron del tango, más bien siempre estaban volviendo, como dijo Troilo con relación a su barrio. En el fondo eran músicos populares, inclusive desde un punto de vista cuantitativo: en 1969 Rovira declaraba haber compuesto 200 tangos y 92 composiciones de esa otra música -si acaso hubiera otra-, que la pereza mental llama clásica. Pero en su identikit musical el tango era el rasgo prominente. Releo el programa del recital que ofreció en el teatro "Regina" el 27 de julio de 1971: allí están sus obras de avanzada, está A fuego lento, de Salgan; Ciudad triste, de Tarantino; pero también, A los amigos, de Pontier, y Mensaje, de Discépolo. En su última larga duración, Que lo paren, están Mi noche triste y La Cumparsita.
Por lo demás, lo mismo que Piazzolla, se mantuvo fiel al bandoneón, padre o hijo adoptivo del tango, según se lo mire. De ese disco dijo el crítico Vargas Vera que se encuentran allí la pujanza y el nervio tanguero. Estos dichos no definen la tanguedad del Preludio de la guitarra abandonada, pero son los que en lenguaje ideológico suelen llamarse datos de la realidad. El tango no debería ser un sistema de exclusiones o menosprecios. El mismo Rovira menospreciaba el tango-danza, y en lo que a Piazzolla atañe, su menosprecio se desparramaba en abanico. Salgan -espíritu abierto- dijo alguna vez que todos los tangos son el tango. D' accord.
El itinerario tanguero de Rovira fue el ya trillado, una orquesta aquí, otra más allá, aquí la de Alessio, allá la de Alfredo Gobbi, a quien dedicó El engobbiao; también la de Osvaldo Manzi, hasta llegar a sus propios conjuntos. Como el mismo Piazzolla, fue objeto de incomprensiones que, curiosamente, no alcanzaron a Salgan -si es que éste no las mató con la indiferencia-, pero le faltó la polenta de Astor para hacer su propia música contra viento y marea. Por eso, porque las contrariedades económicas lo agobiaron, o por una cuestión de temperamento, no alcanzó una gran trascendencia. «La influencia de Astor -anota Oscar del Priore, que conoció a Rovira como pocos- es notoria en la música contemporánea. En cambio, la de Rovira no se ve porque la mayoría realmente no lo conoce.»

Cuando apareció Sónico, sumé muchas horas escuchándolo. Y cuando, con Oscar De Elía, seleccionamos sesenta leitmotivs fangueros, de otros tantos autores, para el concierto Sesenta tangos en sesenta minutos, incluimos el de la bellísima composición que daba nombre al LD. El 4 de octubre de 1972, en el Nuevo Cine York, de la ciudad de Olivos, Rovira ofreció un concierto de tangos, con sus músicos -entre los que se contaba Reynaldo Nichele- y la colaboración de Antonio Carrizo. Aquella función, realizada en beneficio de la Academia Porteña del Lunfardo, fue una de sus últimas presentaciones. Luego se recluyó -o poco menos- en La Plata, estudió el corno inglés y dirigió la Banda de la Policía. En tanto, seguía buceando en el torrente del tango para descubrir sus fuentes. Sábato lo comparó con Stendhal, por haber sabido expresar un espíritu romántico mediante un lenguaje austero.