Eduardo
Rovira
Eduardo
Rovira nació en La Plata el 30 abril de 1925 y murió en la misma ciudad el 29
de julio de 1980. En 1969 declaró: «A mí me interesa llegar a la esencia del
tango, a los enlaces armónicos, a la variación de los ritmos, al desarrollo de
las frases». Buscó la esencia por el camino de la música, pero muchos caminos
llevan a Roma.
Salgan,
Piazzolla y Rovira son los caudillos de la cruzada renovadora del tango,
iniciada por el tiempo en que Julio De Caro disolvió su orquesta y el ímpetu de
los cuarenta se había agotado. Los tres se arrimaron, en incursiones audaces y
felices, a la gran música de escuela, pero nunca se fueron del tango, más bien
siempre estaban volviendo, como dijo Troilo con relación a su barrio. En el
fondo eran músicos populares, inclusive desde un punto de vista cuantitativo:
en 1969 Rovira declaraba haber compuesto 200 tangos y 92 composiciones de esa
otra música -si acaso hubiera otra-, que la pereza mental llama clásica. Pero en
su identikit musical el tango era el rasgo prominente. Releo el programa del
recital que ofreció en el teatro "Regina" el 27 de julio de 1971:
allí están sus obras de avanzada, está A fuego lento, de Salgan; Ciudad triste,
de Tarantino; pero también, A los amigos, de Pontier, y Mensaje, de Discépolo.
En su última larga duración, Que lo paren, están Mi noche triste y La Cumparsita.
Por
lo demás, lo mismo que Piazzolla, se mantuvo fiel al bandoneón, padre o hijo
adoptivo del tango, según se lo mire. De ese disco dijo el crítico Vargas Vera
que se encuentran allí la pujanza y el nervio tanguero. Estos dichos no definen
la tanguedad del Preludio de la guitarra abandonada, pero son los que en
lenguaje ideológico suelen llamarse datos de la realidad. El tango no debería
ser un sistema de exclusiones o menosprecios. El mismo Rovira menospreciaba el tango-danza,
y en lo que a Piazzolla atañe, su menosprecio se desparramaba en abanico.
Salgan -espíritu abierto- dijo alguna vez que todos los tangos son el tango. D'
accord.
El
itinerario tanguero de Rovira fue el ya trillado, una orquesta aquí, otra más
allá, aquí la de Alessio, allá la de Alfredo Gobbi, a quien dedicó El
engobbiao; también la de Osvaldo Manzi, hasta llegar a sus propios conjuntos.
Como el mismo Piazzolla, fue objeto de incomprensiones que, curiosamente, no
alcanzaron a Salgan -si es que éste no las mató con la indiferencia-, pero le
faltó la polenta de Astor para hacer su propia música contra viento y marea.
Por eso, porque las contrariedades económicas lo agobiaron, o por una cuestión
de temperamento, no alcanzó una gran trascendencia. «La influencia de Astor
-anota Oscar del Priore, que conoció a Rovira como pocos- es notoria en la
música contemporánea. En cambio, la de Rovira no se ve porque la mayoría
realmente no lo conoce.»
Cuando
apareció Sónico, sumé muchas horas escuchándolo. Y cuando, con Oscar De Elía,
seleccionamos sesenta leitmotivs fangueros, de otros tantos autores, para el
concierto Sesenta tangos en sesenta minutos, incluimos el de la bellísima
composición que daba nombre al LD. El 4 de octubre de 1972, en el Nuevo Cine
York, de la ciudad de Olivos, Rovira ofreció un concierto de tangos, con sus
músicos -entre los que se contaba Reynaldo Nichele- y la colaboración de
Antonio Carrizo. Aquella función, realizada en beneficio de la Academia Porteña
del Lunfardo, fue una de sus últimas presentaciones. Luego se recluyó -o poco
menos- en La Plata, estudió el corno inglés y dirigió la Banda de la Policía.
En tanto, seguía buceando en el torrente del tango para descubrir sus fuentes.
Sábato lo comparó con Stendhal, por haber sabido expresar un espíritu romántico
mediante un lenguaje austero.