Francisco Brancatti
Se
inició en Montevideo el 2 de julio de 1890 y murió en Estanislao Zeballos (provincia de Buenos Aires) el 4 de
julio de 1980. Gardel, Corsini, Magaldi y Rosita Quiroga difundieron sus
canciones. La versión de Mandria que dejó Rosita es para la más ceñida
antología del tango canción.
Se
contó entre los hijos de inmigrantes que cultivaron esa prolongación de la
poesía gauchesca que fie el tradicionalismo. Poeta de inspiración no indolente,
tenía también voz grata y afinada, y este don lo impulsó a formar uno de los
tantos dúos criollos que estaban de moda a comienzos de siglo XX y pululaban
cuando no se hablaba de folklore sino de criollismo. Lo hizo con León Lara,
uruguayo también, pero de Florida. Como los bululúes, eran trashumantes y se
desempeñaban con invariable aplomo en los escenarios teatrales y en las tenidas
de pulpería. Así anduvieron, como tantos, por el interior argentino, y se
arriesgaron luego a Río de Janeiro, a Madrid, a Lisboa. Almas criollas,
errantes, viajeras, querer detenerlas era una quimera. Mas, como todo se acaba
en esta vida, después de ocho años, Brancatti sintió colmadas sus ansias
constantes de cielo lejano y se despidió amistosamente de su compañero León Lara,
quien se fue a formar dúo con otro de los grandes, Néstor Feria. El
montevideano se puso a escribir canciones, y como el tango ya era canción,
también escribía tangos. Camperos, por supuesto.
El
tango campero o agauchado es una subespecie que Horacio Salgan a canonizado con
la bellísima evocación titulada Aquellos tangos camperos, florecida bajo sus
dedos mágicos y reflorecida maravillosamente bajo los muy sabios de Daniel
Baremboin. El campo estaba demasiado cerca del centro y el tango, por muy centrero
que fuese, no podía ignorarlo. ¿Centrero o arrabalero? Caray... El arrabal
estaba en cualquier conventillo del centro. Ya en 1912 grabó Maglio unos aires
criollos, potpourrizados por Domingo Santa Cruz, y los Recuerdos de la pampa,
de Bevilacqua. En el abecé de la historia del Tango están los nombres de
Agustín Bardi (El baquiano, El buey solo, El cuatrero, Se han sentado las
carretas, Pico blanco, El abrojo) y de Carlos Posadas (El jagüel El biguá, El
guanaco, Iguala y larga). Uno y otro pueden ser epígonos de lo que León Benarós
ha llamado la más pura esencia criolla. Que esa esencia se transmitiera a
través de Posadas, noble producto del mestizaje que distinguió,
ennobleciéndola, a la colonización española, puede entenderse; menos fácil de
comprender es que el criollismo pudiera expresarse mediante argentinos de
primera generación, o a lo sumo de segunda, como Bardi. Pero así fue la cosa;
allí está la prueba, y lo que debe buscarse no es la comprobación, sino la
explicación.
El
primer tango canción -más que tango, cuplé; pero de todos modos tango, La Morocha-
es campero, aunque de un campito próximo al puerto. Luego irrumpen los gauchos
que lloran sus penas de amor traicionado, oriundos todos ellos de La hueya, el
famoso poema de El Viejo Pancho. No creo que Alberto Arenas, que mezclaba
trenzas y corazón en su pobre maleta de gaucho nómade, ni, en general, los
personajes de los hermanos Navarrine, organizadores de la troupe Los de la
Raza, atesoraran aquella más pura esencia. Más próxima a ella están los tangos
de Brancatti, de los cuales Gardel grabó cinco, incluido Contramarca, una linda
página, con música de Rafael Rossi, que gustó a Julio Sosa y consiguió su voz.
Hay buenos motivos, asimismo, para recordar Amigazo, con música de Juan de Dios
Filiberto, también grabado por El Mago. En esta composición, como en Mandria,
contó Brancatti con la colaboración de Juan Miguel Velich, hombre de largos
andares radiofónicos.
El
tango canción ha sido -por lo menos en la garganta de los cantores nacionales-
una prolongación del canto criollo. Tiene al menos eso de genuino el tango
campero. Literariamente nunca alcanzó la fuerza del tango arrabalero (Viejo
rincón, Sobre el pucho), ni la belleza del tango urbano (Sur, La última curda).
Sus mejores páginas, realmente muy bellas, pertenecen a un estado intermedio
entre el tango campero y el tango urbano, un escenario de ardua localización
geográfica, por donde Manzi (Tapera, Milonga triste) y Homero Expósito
(Trenzas, Yuyo verde) se desplazan cómodamente. Allí no llegó la cabalgadura de
Brancatti. Pero eso no quita representatividad al autor de Echando mala...