Hugo Del Carril
Piero Bruno Hugo Fontana (desde 1933
Hugo del Carril), nació en Buenos Aires (barrio de
Flores), el 30 de noviembre
de 1912 y murió en la misma ciudad, el 16 de febrero de 1986. El 24 de junio de
1935, al morir Carlos Gardel, ya había cantado mucho, utilizando diversos
seudónimos (Pierrot entre ellos), pero sólo tenía grabadas una pocas
composiciones como estribillista de la orquesta de Edgardo Donato.
Transcurrieron no muchos meses y Manuel Romero convocó su voz y su estampa para
el filme Los muchachos de antes no usaban gomina (1937).
Cuando se estrenó Tres argentinos en
París, con el título Tres anclados en París (para aplacar a la censura), Hugo
lució como actor aplomado junto a monstruos como Florencio Parravicini, Enrique
Serrano y Tito Lusiardo. De modo que no quedaron dudas sobre su destino y mucho
menos cuando en Madreselva (1938), compartió el cartel con Libertad Lamarque,
que comenzaba su gloriosa performance de Superestrella, Novia de América y
otras responsabilidades afines.
Hugo del Carril, quizá fuera todavía
por entonces, un galán cantor, como Alberto Vila. Pronto fue un actor que
además cantaba. Nunca abandonó el canto, pero su actividad fue primordialmente
cinematográfica. El cine difundió su fama por el continente y así llegó a
México, cantó en el consagratorio El Patio y filmó antes de que lo hiciera
allí, en 1946, Libertad Lamarque. Era realmente lo que el título de uno de sus
filmes declaraba: El astro del tango (1940). Él lo sabía, actuaba en
consecuencia, mas nunca perdió la modestia. Sebastián Piana solía recordar la
humildad con que Hugo trepó la alta escalera de su casa para que le pasara Papá
Baltasar. Era, como Gardel, un astro sin pretensiones de divo y además un
hombre cabal, de firmes ideas políticas. En 1949 grabó la marcha Los muchachos
peronistas. Luego, perseguido por Raúl Alejandro Apold, el todopoderoso
Subsecretario de Informaciones, que archivó aquella grabación y la reemplazó
por otra encomendada a Héctor Mauré, se radicó un par de años en España y no cedió
un adarme de sus convicciones. A la caída de Perón permaneció algunas semanas
detenido en la Penitenciaría Nacional. Allí estaban también Luis César Amadori,
Atilio Mentasti y, entre algunos centenares de detenidos y procesados por
causas políticas, quien esto escribe. Mientras Amadori cultivaba la hurañía y
el mal carácter, a Hugo se lo veía jovial, como si estuviera en un picnic.
No sin dificultades económicas pudo
continuar más tarde su carrera de cantor, de actor y de director
cinematográfico. Ya había hecho Las aguas bajan turbias (1952) y La quintrala
(1955). Luego agregó a su filmografia títulos memorables como Culpable (1960),
La sentencia (1963) y una interpretación antológica en La mala vida (1973), de
Hugo Fregonese. Perdió dinero en un emprendimiento empresario, formó una
hermosa familia, fue buen marido y buen padre y, aunque nunca pudo rehacer su
economía, devastada por el cine, (en 1973 fue necesario otorgarle una pensión
graciable), el peronismo, retornado al poder, lo colmó de los homenajes que el
resentimiento y la discriminación le habían negado. No faltó luego la torpeza
que desplazara sus grabaciones de las consolas radiofónicas, (siempre ha habido
prohibiciones y listas negras en la Argentina), pero nadie logró desplazarlo
del corazón de los fangueros, que admiraban su canto, tierno y viril, pícaro y
dramático, como el de Gardel, y la apostura del muchacho bien plantado,
descubierto por el ojo avizor de Manuel Romero. Tampoco pudo nadie despojarlo
del respeto de los no fangueros. Sólo los mediocres de siempre, los que ignoran
que a los hombres no debe juzgárselos por las causas que defienden, sino por la
sinceridad y el valor con que lo hacen, sólo ellos lo consideraban con un dejo
de suficiencia. Los mediocres gustan medirse con los grandes y es entonces cuando
más se advierte su pequeñez.
FUENTE: Mujeres y Hombres que Hicieron
al Tango de José Gobello