Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi

Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi
Tango, Radio y más Historias, blog distinguido por su aporte a la difusión del Tango, sus autores e intérpretes.

domingo, 15 de enero de 2012

Angel Vargas Biografia 15 de enero de 2012


Ángel Vargas
Ángel Vargas, por verdadero nombre José Lomio, nació en Buenos Aires  (Parque de los Patricios) el 22 de octubre de 1904 y murió en la misma ciudad el 7 de julio de 1959. Se lo llamó El Ruiseñor de las Calles Porteños. Es posible que quienes lo llamaron así nunca hubiesen oído cantar a un ruiseñor, pero igualmente acertaron, porque Vargas tenía una voz dulce, como la de ese pájaro tan querido en la tierra de sus mayores.
Rosita Quiroga conservaba una fotografía de Vargas, que el cantor le había dedicado. Me la mostró cuando le dijo que su estilo, su manera de cantar el tango, tal vez no había dejado una escuela, pero sí un alumno valioso: Angelito Vargas. ¿Cómo calificar ese estilo? Tal vez un buen adjetivo sea querendón, con el sentido que damos aquí a esa palabra, que es cariñoso o, mejor, encariñado. También podría hablarse de un estilo caricioso, que significa lo mismo, pero sugiere una suerte de caricia para los oídos. Vargas era seis años menor que Rosita y prácticamente su vecino, pues ella habitaba en La Boca, precisamente en el barrio donde debutó Angelito (café de Almirante Brown y Pedro de Mendoza), bisoño cantor de barrio, lector del colombiano José María Vargas Vila, popularísimo entonces y hoy olvidadísimo, que en 1924 estuvo en la Argentina, donde sólo Alfredo Palacios lo tomó en serio y de donde se marchó indignado llamando a Buenos Aires "bluffópolis, esnobópolis".
Rosita tenía una voz pequeña que manejaba cantando como en familia. La voz de Vargas no era muy vasta, aunque diáfana y bella. El arte de la una y el otro residían en el fraseo, es decir, un sutilísimo instinto que lleva a privilegiar la frase -literaria o musical- con relación a la palabra o al compás. ¡Debieron haber cantado en dúo, acompañados por el bandoneón, también querendón, también caricioso, de Ciriaco Ortiz!
Los críticos de tango manifiestan muy alto concepto de Ángel Vargas. Jorge Góttling dejó escrito que la voz de Angelito será siempre una hilacha íntima, un silbido apenas confesado, y que quien lo bautizó como ruiseñor sabía mucho de pájaros y de tangos. Roberto Selles apela a la palabra duende, en el sentido garcilorquiano.
"Ángel Vargas -ha definido con su agradabilidad, con su manera propia de decir, con su duende- fue, es y seguirá siendo una de las más auténticas voces del tango”.
La carrera profesional de Vargas -que en su primera juventud había sido tornero en el frigorífico La Negra-, contada a partir de su debut con la orquesta de Landó-Matino (café Marzotto, 1930) se prolongó durante tres décadas. Fue una carrera más extensa que la de Gardel (1914-1935) y en su transcurso se desempeñó como chansonnier de no pocos conjuntos y pisó muchos palquitos. El veterano Augusto P. Berto y los modernos Luis Stazo y José Libertella apreciaron por igual su arte personalísimo, que sólo a un oidor superficial podía recordarle a don Ignacio Corsini. Pero el nombre de Ángel Vargas está indisolublemente ligado al de Ángel D' Agostino -cuatro años mayor en edad- con quien comenzó a cantar en 1932, se reencontró en 1934 y se acollaró en 1938, convocados los dos por la Casa Víctor para una movida discográfica, que no se detuvo hasta 1946. Comenzó con No aflojes, un tanguísimo de Maffia y Piana, que la orquesta del primero había grabado en 1934 con la voz de Mariano Balcarce, y finalizó con Camino de Tucumán, de Cátulo Castillo y José Razzano.

Desvinculado de D' Agostino, Vargas continuó cantando y grabando con orquesta propia, sucesivamente comandadas por Eduardo del Piano, Armando Lacava, Alejandro Scarpino, Toto D' Amario, Luis Stazo, José Libertella. Aquellos años de los dos ángeles del tango fueron, empero, su época de oro. En ella el Ángel menor desplegó todos los yeites de su arte sutilísimo, en ella conquistó el corazón de millones de porteños. Murió joven, como si hubiera tenido prisa para ir a ocupar la plaza de tenor que el buen Dios le tenía reservada, desde toda la eternidad, en el coro de los otros ángeles, igualmente amados, que le cantan sin cesar.